INSEGURIDAD
La mañana del 12 de junio, en el sector del Bypass en Riobamba, un presunto delincuente fue sorprendido intentando cometer un robo. La reacción de los vecinos no se hizo esperar: lo interceptaron, lo golpearon y lo retuvieron hasta que llegó la Policía Nacional.
El hecho ocurrió en la intersección de las avenidas Monseñor Leónidas Proaño y Río Toachi, un punto donde, según los moradores, los robos se han vuelto parte del día a día.
“Intento robar, pero ya estamos cansados y no lo dejamos escapar”, contó uno de los vecinos que participó en la detención. Los residentes del sector, armados con palos, rodearon al sospechoso y le propinaron una golpiza mientras lo inmovilizaban. Algunos grabaron la escena con sus teléfonos móviles, en medio de gritos, insultos y llamados a hacer justicia.
Mientras unos pedían que se respetara el procedimiento legal, otros expresaban dudas sobre si entregarlo a las autoridades sería suficiente para evitar su regreso a las calles. Minutos más tarde, agentes de la Policía Nacional llegaron al sitio y trasladaron al sujeto bajo custodia.
No se ha informado oficialmente si el detenido presenta antecedentes o si está vinculado a otros hechos delictivos. Este incidente refleja el creciente hartazgo ciudadano frente a la inseguridad en Riobamba.
En varios barrios, los vecinos han optado por organizarse y enfrentar por cuenta propia a quienes consideran una amenaza, ante la percepción de escasa presencia policial y respuestas judiciales ineficaces. En Riobamba y varios cantones de Chimborazo, la palabra “seguridad” se ha vuelto un anhelo.
Durante los primeros meses de 2025, la percepción de inseguridad se ha disparado. Aunque las autoridades aún no han presentado estadísticas oficiales del semestre, los testimonios ciudadanos y los reportes barriales dan cuenta de una situación cada vez más preocupante.
Los delitos más comunes: robos a viviendas, asaltos a transeúntes, hurtos en locales comerciales y el aumento de bandas delictivas que operan en zonas estratégicas.
En sectores como San Miguel de Tapi, La Estación, La Dolorosa y parte del centro histórico, los vecinos han optado por instalar alarmas comunitarias, reforzar sus puertas con rejas dobles y organizar patrullajes vecinales nocturnos. “Antes uno dormía tranquilo, ahora cualquier ruido te despierta pensando que entraron a robar”, comenta una moradora del barrio donde ocurrió el suceso.
Las parroquias rurales tampoco están exentas. En algunas zonas de Colta, Guano y Penipe, las comunidades han comenzado a patrullar. Los hechos del 12 de junio no son una excepción, sino parte de un patrón creciente de justicia por mano propia.
Lo que antes causaba asombro, ahora se repite. Grupos de vecinos, frustrados por la falta de acción o por la liberación de sospechosos en menos de 48 horas, han optado por tomar control de la situación por cuenta propia.
En barrios como el del Norte, donde los vecinos ya no solo vigilan, sino que enfrentan con sus propias manos a los sospechosos, la inseguridad ha dejado de ser una simple percepción: es una rutina impuesta por el miedo. La línea entre la ley y la desesperación se vuelve cada vez más delgada, y con ella, se desvanece la confianza en las instituciones.
Ya no se actúa por miedo, sino por hartazgo. Lo que antes se resolvía con una llamada al 911, ahora se enfrenta con palos, gritos y justicia barrial. Más que el avance de la delincuencia, lo que hoy inquieta en Riobamba es otra amenaza silenciosa: la creciente sensación de que, si el Estado no protege, entonces la ley es lo que dicte la calle. Y eso, quizás, es el signo más preocupante de lo que está por venir.
