Por: Beatriz Viteri Naranjo
La buena relación docente-estudiante en todos los niveles educativos es elemental; el acompañamiento académico y la corresponsabilidad en la formación, debe basarse en el respeto.
El derecho a una vida digna, reconocido en instrumentos internacionales como la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no se limita al acceso a bienes materiales; también implica la posibilidad de construir un proyecto de vida libremente, ejercer la profesión elegida y participar de la vida económica y social del país.
Las instituciones educativas son espacios donde las jerarquías están profundamente marcadas; el docente, como figura de autoridad académica, tiene no solo un rol formador, sino también un poder real sobre el futuro del estudiante. Esa relación, aunque necesaria en términos pedagógicos, puede ser peligrosa si no se regula ética y legalmente.
Es lamentable conocer casos de estudiantes que se sienten “en manos de los docentes” quienes deben revisar sus trabajos de titulación, dentro de un plazo establecido; sin embargo, posponen dicha revisión, por la supuesta carga laboral que tienen, sin pensar que con ello están vulnerando los derechos fundamentales de los estudiantes. Este fenómeno, aunque muchas veces invisibilizado, afecta profundamente la salud mental, el proyecto de vida y la dignidad humana de los futuros profesionales.
Cuando un estudiante no puede titularse porque su tutor o miembros del tribunal no revisan su trabajo de titulación, se le está impidiendo avanzar en su vida, pierde oportunidades laborales “que actualmente, son muy escasas” sufre ansiedad e incertidumbre, se ve obligado a postergar decisiones importantes a nivel individual y familiar. En ese contexto, el retraso académico no es solo una falla educativa, es una vulneración de derechos humanos.
El trabajo de titulación debe ser una experiencia formativa, un proceso de investigación guiado, en el que el estudiante aprenda a construir conocimiento con el acompañamiento de un mentor; sin embargo, en lugar de ello, se ha convertido en muchos casos en un calvario lleno de obstáculos, burocracia, negligencia y hasta, desprecio. El trabajo de titulación debe ser un espacio de formación, no de tortura.
El caso particular que me motivó abordar este tema es de un estudiante, que trabaja para educarse; a pesar de recibir comentarios contradictorios, continúa luchando por satisfacer los caprichos de los miembros del tribunal que no se sienten conformes con nada y está plenamente convencido que ni siquiera se toman la molestia de leer, porque seguramente no tienen tiempo.
El estudiante al sentirse presionado por estar contra reloj para concluir su trabajo de titulación y con una gran impotencia al no poder gritar su decepción, cometió un error que casi le cuesta la vida; y, lo más indignante, es que esos docentes al conocer sobre su accidente y en las condiciones en las que se encontraba, ni siquiera se detuvieron a meditar sobre su accionar, continúan con la misma actitud displicente.
En el fondo, esto refleja una crisis ética en el sistema universitario, donde muchos docentes no entienden su rol como servidores públicos, ni como formadores. La docencia implica pasión y compromiso, así como, por parte de las instituciones, contar con protocolos claros para evaluar y sancionar estas omisiones.
En contextos donde el poder no se fiscaliza, la negligencia se vuelve rutina; se romantiza el sufrimiento estudiantil, como si “pasar por eso” fuera parte del crecimiento.
Dignificar la educación es dignificar la vida; las instituciones educativas no pueden seguir siendo espacios donde se tolera el abuso silencioso bajo la fachada del “rigor académico”. Revisar un trabajo de titulación no es un favor, es una obligación ética y contractual del docente; no hacerlo es ejercer violencia, es fallar como guía, y es negar a otra persona su derecho a avanzar.
La dignidad del estudiante debe estar en el centro del modelo educativo; ya que, cada joven que entra a la universidad lo hace con sueños, esfuerzos y expectativas; y, nadie tiene el derecho de destruirlos, por negligencia, apatía o abuso de poder.