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sábado, mayo 10, 2025

¿Qué estamos haciendo para defender la democracia?

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En tiempos en los que la palabra “democracia” aparece en discursos, protestas y titulares por igual, conviene hacernos una pregunta fundamental: ¿la estamos defendiendo realmente o solo asistimos a su deterioro desde la comodidad de la resignación?

La democracia no es un estado permanente. No basta con elecciones periódicas o instituciones formales. Es un proceso vivo, que se construye y reconstruye cada día. Y hoy, en muchas regiones del mundo, está siendo amenazada por la desinformación, el autoritarismo disfrazado, la apatía ciudadana y el creciente descrédito de la política.

Sin embargo, aún hay señales de esperanza. En diferentes países, los ciudadanos se movilizan para exigir gobiernos más transparentes, elecciones limpias y justicia social. Las calles han vuelto a ser escenario de participación democrática, incluso cuando los riesgos son altos. Esa presión social, cuando es sostenida y pacífica, ha logrado frenar retrocesos y forzar cambios.

También hay esfuerzos silenciosos pero fundamentales: organizaciones civiles que observan comicios, periodistas que investigan la corrupción, jueces que defienden el Estado de derecho frente al poder político, y educadores que forman nuevas generaciones en valores cívicos y pensamiento crítico. Son pilares invisibles que sostienen lo que queda en pie de nuestras democracias.

A nivel internacional, algunas instituciones intentan ejercer presión sobre regímenes autoritarios o apoyar reformas institucionales. Pero la defensa de la democracia no puede depender únicamente de actores externos. Su verdadero blindaje nace desde abajo: desde la participación cotidiana, desde el voto informado, desde la vigilancia ciudadana constante.

El problema es que muchas veces se deja el destino democrático en manos de una élite política que no siempre está a la altura. Y allí se abre el espacio para la frustración, la polarización o incluso el autoritarismo como falsa solución. Es un error peligroso.

Por eso, la gran tarea de nuestro tiempo no es solo votar cada cierto tiempo, sino comprometerse de forma activa. Defender la democracia implica involucrarse, informarse, reclamar cuando se cometen abusos y construir espacios de diálogo, aunque cueste. No hay atajos ni fórmulas mágicas.

La democracia, como la libertad, no se hereda: se conquista y se defiende todos los días.

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