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jueves, enero 16, 2025

“Recuperando la distinción entre arte y bodrio”

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Por: Lisandro Prieto Femenía

Hoy quiero invitarlos a reflexionar una vez más sobre nuestro tiempo, también conocido como “postmodernidad”, un período caracterizado por la fragmentación de las narrativas, la desconfianza en los metarrelatos y la proliferación de los simulacros, logrando así reconfigurar radicalmente nuestra relación con la estética. En este nuevo escenario cultural, asistimos a un fenómeno singular: la erotización de lo grotesco: lo que otrora era considerado marginal, repulsivo o incluso monstruoso, se ha convertido en objeto de fascinación y deseo, o sea, en moda incuestionable. Esta tendencia, lejos de ser una mera curiosidad estética, revela profundas transformaciones en nuestra sensibilidad y en nuestra manera de concebir el cuerpo, el deseo, la belleza y la identidad. En pocas palabras, amigos míos, hoy vamos a intentar comprender por qué cuesta tanto distinguir una obra de arte de un bodrio.

Analizar la estética de lo feo y la erotización de lo grotesco implica que exploremos temas que desafían la percepción tradicional de la belleza, vinculando el arte, la filosofía y la psicología en una reflexión sobre los límites estéticos y emocionales de nuestra época. Evidentemente, eso no lo vamos a lograr en un simple artículo de reflexión filosófica en este periódico, pero al menos podemos aprender un poco sobre el asunto mientras deshilachamos algunas trivialidades que se han convertido en cánones de la estética postmoderna.

La precitada estética ha sido abordada en diversas épocas, especialmente desde la filosofía alemana del siglo XIX. Particularmente, Karl Rosenkranz, en su obra titulada “Estética de lo feo” (1853), argumentaba que lo feo no es simplemente un defecto en relación con la belleza, sino una categoría estética que revela aspectos profundos de la naturaleza humana. El autor incluso propone que lo feo pueda ser tan complejo que incluya lo variado, lo monstruoso y lo absurdo, sugiriendo que tiene valor propio en el ámbito del mundo del arte. Lo feo, para él, tiene su propio significado y su función específica, puesto que permite confrontar la disonancia y el conflicto, lo caótico y lo irracional en la experiencia humana.

Por su parte, Arthur Schopenhauer también reconocía en lo feo una fuerza que, aunque disruptiva, podría ser estéticamente significativa. Según él, la representación de lo feo permitiría explorar el “sinsentido” de la existencia, así como los aspectos más oscuros de la vida humana. Se trata de un pensador para quien la belleza suscita un placer y una elevación, mientras que lo feo sirve para confrontar al espectador con el sufrimiento y la tragedia universal de nuestra existencia.

Ya en el siglo XX, los surrealistas como André Breton y Salvador Dalí, se dedicaron a explotar la erotización de lo grotesco, encontrando en lo extraño y lo deformado una fuente de atracción. Las figuras distorsionadas de Dalí o los poemas de Breton capturan este sentido en el que lo erótico y lo grotesco se entrecruzan, buscando despertar en el espectador un deseo que no se ancla en la categoría clásica de lo “bello”, sino en la trasgresión y la ruptura de las normas estéticas convencionales.

En definitiva, la estética de lo feo y la erotización de lo grotesco funcionaron como fenómenos que desestabilizan el sentido común de la belleza y el deseo, recordándonos que, en el arte y en la filosofía, las categorías estéticas tradicionales pueden ser insuficientes para comprender la amplitud de las experiencias humanas: en lugar de aspirar únicamente a lo sublime, explotar la atracción por lo deformado o lo extraño cumplía la función de confrontarnos con la multiplicidad de la naturaleza humana, que abarca un todo, es decir, tanto el deseo de orden como el impulso hacia la trasgresión.

Como se habrá podido apreciar, la serie titulada “Bellas Artes” se erige como una mordaz crítica y sátira de la escena artística contemporánea, donde la búsqueda de la novedad y la provocación a menudo desemboca en una estética de lo ridículo, del exceso conservador y del absurdo nihilista reaccionario. A través de sus bien articuladas caricaturas de artistas bizarros, críticos y mecenas, la serie expone las contradicciones reales y los límites de una vanguardia que, en su afán por subvertir las normas establecidas, termina creando clichés y estereotipos que ya cansaron a la sociedad.

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