10.3 C
Riobamba, EC
jueves, enero 16, 2025

Revelando la maldad tras de la invisibilización de la discapacidad

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email

Por: Lisandro Prieto Femenía

Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre un asunto que me resulta bastante amargo pensarlo, y ni les cuento escribirlo, a saber, la naturalización de la discriminación hacia las personas con discapacidad mediante el concepto de la banalidad del mal. La expresión misma “banalidad del mal”, acuñada por Hannah Arendt en su obra “Eichmann en Jerusalén” (1963), describe la inquietante normalidad con la que los individuos pueden perpetuar actos de maldad al abdicar de su capacidad de juicio crítico.

Arendt observaba que Adolf Eichmann, un nazi prófugo en Argentina, lejos de ser un monstruo, era un burócrata corriente que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus implicaciones morales. Esta idea, que despoja al mal de su dimensión demoníaca para situarlo en la cotidianidad, abre la puerta a un análisis profundo de cómo las estructuras sociales y culturales permite abiertamente, e incluso promueven con su silencio, la exclusión y la discriminación hacia ciertos grupos, como en este caso, las personas con discapacidad.

Bien sabemos que la discriminación hacia las personas con discapacidad no siempre se manifiesta en actos deliberados de malicia, sino que a menudo opera de manera insidiosa a través de sistemas que perpetúan la exclusión, la indiferencia y la invisibilización. Este fenómeno encuentra ecos en la tesis de Arendt: no se trata únicamente de individuos malintencionados, sino como un mal “banal” que se normaliza en prácticas cotidianas, como la inaccesibilidad del espacio público, la falta de oportunidades laborales o la persistencia de prejuicios culturales.

La noción de Hannah Arendt sobre la banalidad del mal no se centra solamente en los actos de maldad planificada y activa, sino que también incluye una complicidad pasiva que resulta de una indiferencia estructural de una sociedad que ha optado por abandonar el pensar. La exclusión de las personas con discapacidad puede verse como un ejemplo contemporáneo de esta dinámica. Al respecto, Michel Foucault, en su obra “Vigilar y castigar” (1975), expone cómo las instituciones disciplinarias moldean y controlan los cuerpos que “no encajan” en la norma de cada época, clasificándolos como “anormales” y relegándolos a la periferia social.

Esta marginalización que señala Foucault, no es física, sino simbólica, negando la dignidad de aquellos que son etiquetados como diferentes. En este marco, la burocratización de la discriminación hacia las personas con discapacidad puede verse con claridad en políticas que, aunque no explícitamente maliciosas, perpetúan la exclusión. Un claro ejemplo de ello es la evidente falta de accesibilidad en el transporte público o en los espacios laborales, situaciones que supuestamente no son el resultado de decisiones conscientes de exclusión, sino de una normalización de la inacción basada en la patética forma de vida imperante que versa: “como no me pasa a mí, no me interesa”. Así nos va…

Por su parte, Zygmunt Bauman sostuvo en su obra “Modernidad y holocausto” (1989) que la “distancia moral se incrementa cuando la responsabilidad se difumina en sistemas complejos”, indicando con ello cómo las sociedades modernas, a través de su organización burocrática y tecnológica, facilitan actos de extrema crueldad al diluir la responsabilidad individual. Según Bauman, deberíamos pensar un poco más cómo esta maquinaria social puede convertir acciones profundamente inmorales en simples procedimientos administrativos, ejecutados sin reflexión ética.

En el contexto puntual de la discriminación hacia las personas con discapacidades, esta “distancia moral” se manifiesta en la manera en que las estructuras sociales y políticas perpetúan la exclusión, por ejemplo, en las decisiones que mantienen políticas que no contemplan las necesidades específicas de las personas que requieren de asistencia que, generalmente, son justificadas como limitaciones presupuestarias o técnicas, transfiriendo la responsabilidad al “sistema”…

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email