Por: Fedgar
Además de ser triste y devastadora la realidad del país en los ámbitos de la salud, la educación, lo laboral y de otros sectores; este artículo está orientado a no hacer señalamientos dirigidos solo al gobierno nacional, sino a todos los sectores políticos corresponsables del desastre. Los hospitales colapsan, las escuelas se caen a pedazos y el mercado laboral condena a millones de ciudadanos a la informalidad. Tres pilares que deberían sostener el desarrollo nacional, se encuentran hoy debilitados, generando una sensación de abandono e impotencia entre los ecuatorianos.
Basta con visitar un hospital público para entender la magnitud del problema. Falta de medicinas, equipos dañados, pasillos repletos de pacientes esperando una atención que nunca llega. Médicos y enfermeras trabajan jornadas extenuantes con sueldos atrasados, mientras los ciudadanos deben endeudarse o resignarse a morir sin tratamiento. La salud, que la Constitución reconoce como un derecho, se ha convertido en un privilegio al que accede quien tiene dinero.
En el campo educativo el panorama no es mejor. Aulas deterioradas, falta de materiales y una brecha tecnológica que dejó a miles de niños y jóvenes en la orfandad educativa durante la pandemia. La deserción escolar crece, instituciones educativas particulares sin alumnos, mientras las públicas no dan abasto. Maestros mal pagados y poco valorados, luchan contra un sistema que les exige mucho y les devuelve poco.
El empleo digno es hoy una quimera. Más de la mitad de la población económicamente activa sobrevive en la informalidad, sin seguro, sin estabilidad y con ingresos que apenas alcanzan para comer. Jóvenes con títulos universitarios migran o se resignan a trabajos precarios. El país pierde talento y se vacía de esperanza.
Lo más preocupante es que estas tres crisis: hospitalaria, educativa y laboral, desgraciadamente, no son independientes, sino que se retroalimentan. Sin salud no hay productividad, sin educación no hay oportunidades, y sin empleo no hay recursos para sostener un sistema público sólido. El Estado ha fallado en su deber de garantizar derechos básicos, atrapado entre la corrupción, la falta de planificación y el cortoplacismo político.
Como soñar no cuesta nada, entendamos que el Ecuador no necesita más diagnósticos, la enfermedad está clara. Lo que se requiere urgentemente, es voluntad política, transparencia y una visión de país que entienda que invertir en salud, educación y trabajo no es un gasto, sino la única forma de salir de la crisis. Los ciudadanos merecen hospitales que curen, escuelas que formen y empleos que dignifiquen. Todo lo demás es retórica e ilusiones. Igualmente, sabemos quiénes son los corresponsables de la crisis.