Por: Fedgar
Aun cuando pareciera un sin sentido, vale la pena realizar un análisis sobre la labor de los maestros de antaño y los actuales; entendiéndose que, la figura del maestro siempre ha ocupado un lugar central en la formación de los individuos y en la construcción de la sociedad. Sin embargo, la función, las herramientas y hasta la percepción social de la docencia han experimentado cambios radicales con el paso del tiempo. Por decir, comparar al maestro de 1960 con el maestro de 2025 es observar el tránsito de una educación centrada en la transmisión de conocimiento a otra orientada a la innovación, la tecnología y el desarrollo integral del estudiante.
En la década de 1960, el maestro se concebía como la autoridad máxima dentro del aula. Su palabra era incuestionable y se le respetaba tanto por su rol académico como por su investidura moral. La enseñanza se basaba en la repetición, la memorización y el cumplimiento estricto de normas. El pizarrón, la tiza y los libros eran las herramientas centrales, mientras que la disciplina constituía un pilar de la educación.
La escuela de aquel entonces buscaba formar ciudadanos obedientes y productivos, más que creativos o críticos. La relación maestro-estudiante era jerárquica, con poca participación activa del alumno. El docente, en definitiva, era visto como transmisor de conocimiento y guía social.
En contraste, el maestro del 2025 enfrenta un escenario completamente distinto. Las tecnologías digitales, la inteligencia artificial, la educación en línea y la globalización han transformado la práctica educativa. El docente ya no es solo fuente de información, pues el conocimiento está al alcance de un clic, sino mediador, motivador y orientador del proceso de aprendizaje.
La enseñanza se centra en el desarrollo de competencias: pensamiento crítico, resolución de problemas, creatividad, trabajo colaborativo y manejo de herramientas tecnológicas. El aula se ha vuelto flexible: puede ser física, virtual o híbrida. El maestro de 2025, además, debe ser empático, resiliente y abierto a la diversidad cultural y social de sus estudiantes.
Sin embargo, pese a las diferencias, ambos maestros comparten un mismo propósito, formar seres humanos capaces de aportar a la sociedad. Empero, el reto actual es mayor. El maestro contemporáneo enfrenta estudiantes hiperconectados, contextos cambiantes y la necesidad de adaptarse constantemente a nuevas metodologías. Por otro lado, aún se perciben nostalgias de la escuela tradicional, donde el respeto y la autoridad eran más claros, aspectos que hoy se ven diluidos.
Como soñar no cuesta nada, no podemos negar que se reflejan dos épocas con visiones distintas sobre la educación. El primero, representante de la tradición y la disciplina; el segundo, exponente de la innovación y la flexibilidad. Ambos, sin embargo, encarnan la vocación de enseñar, el compromiso con las nuevas generaciones y el desafío permanente de educar en un mundo en constante transformación.