Por: Edgar Frías Borja
La historia de la humanidad está llena de vidas ejemplares, dignas de ser imitadas, no solo porque han trascendido a través del tiempo y el espacio; sino porque, constituyen un ejemplo valioso a seguir. Pues, hoy, que tenemos una sociedad en crisis, una juventud desorientada, apática y conformista, vale la pena traer a colación, la historia de Thomas Jefferson, quien, a los cinco años, su mamá lo despidió en la calle, en una estación de Buenos Aires, porque no podía cuidarlo.
Según él, recuerda la intensidad de ese último instante, recuerda tan perfecto, hasta la ropa que llevaba puesta su madre y como se pintaba los labios antes de despedirlo. Desde allí, para el apenas niño Thomas, el camino sería de escollos, piedras, puentes y calles suburbanas. Si, en la calle creció y de la calle aprendió; lo bueno, lo doloroso y lo inolvidable.
Thomas no tenía ni horarios, ni padres que le obligaran, ni madre que lo ordenara. El resto de los muchachos, si los tenía. Ellos debían de volver a una hora a la casa, comer en un horario y que acostarse temprano. Por eso envidiaban a Thomas y, por eso Thomas también los envidiaba a ellos en silencio; sobre todo cuando los amigos se iban.
El quedaba contando estrellas o apoyando la nariz en la ventana de algún restaurant, envidiaba sanamente la suerte de los otros, los retos que él no tenía y las obligaciones que a él le faltaban.
Un juez de paz, cuando él andaba en sus seis o siete años, le dijo que no sabía qué hacer con él, porque no se entraba todavía en la edad de ir a un instituto de menores, ni a ningún hogar.
Entonces Thomas, el enano Thomas de ese entonces, le pidió una sola cosa al juez; ir a la escuela. El juez le preguntó dónde iba a vivir y Thomas le dijo, que no se hiciera problema por ello, que él se encargaba del resto. Por eso empezó la escuela, iba con la ropa que tenía y con la pobreza que cargaba, iba escuchaba, hacia los deberes y luego antes de irse le devolvía el lápiz prestado a la maestra. Por las tardes estudiaba en la Biblioteca Nacional; Y así fue como Thomas Jefferson, llegó a ser tiempo más tarde, el presidente de los Estados Unidos, entre los años 1801 – 1809.
Como soñar no cuesta nada, hoy hemos repasado la vida ejemplar de un niño que fue abandonado por su madre, pero que jamás se dio por vencido y siguió luchando. Este ejemplo desdice, a aquellos chicos, que no lucha contra las adversidades de la vida y buscan refugiarse en el alcohol, las drogas o la prostitución; sin que medie en ellos, el interés por convertirse en entes propositivos, proactivos, soñadores y emprendedores.