Por: Sara Salazar
Esta frase, tan sencilla como real: “Los tiempos difíciles crean hombres fuertes, los hombres fuertes crean tiempos fáciles, los tiempos fáciles crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles.”- G. Michael Hopf. Ecuador, un país que tuvo sus años de bonanza, de aparente estabilidad institucional y económica, pero ya hace varios años atrás ha caído en una espiral de violencia, corrupción y miedo. Pero esto no ha ocurrido por azar ni por obra de una fuerza misteriosa. Esta decadencia es el resultado directo de decisiones políticas, culturales y morales que han debilitado al individuo, desarmado a la sociedad y neutralizado al Estado.
Ecuador, está viviendo los tiempos difíciles creados por hombres débiles. Políticos pusilánimes, líderes sin convicciones, jóvenes sin identidad ni propósito, y un sistema de justicia que favorece al delincuente sobre la víctima. ¿Resultado? Narcotráfico desbordado, cárceles dominadas por mafias, secuestros cotidianos, extorsión institucionalizada y la normalización de la muerte como parte del paisaje urbano. Lo que está en juego aquí no es simplemente la seguridad, sino la civilización misma. Porque la inseguridad no nace sola, se cultiva cuando el Estado pierde el monopolio de la fuerza, y la ciudadanía comienza a tolerar lo intolerable.
Los hombres débiles de hoy, legisladores que no enfrentan al crimen, jueces que liberan a sicarios y delincuentes, son hijos de esos tiempos fáciles que creó una generación fuerte. Una generación que luchó por la democracia, por la libertad, por la soberanía. Pero esa herencia fue desperdiciada. Nos acostumbramos al confort, y en nombre de la “inclusión”, la “diversidad” y los “derechos humanos”, bajamos la guardia ante el mal. ¿Dónde están hoy los hombres fuertes? Los que llaman a las cosas por su nombre. Los que entienden que el crimen no se combate con abrazos, sino con fuerza legítima, con justicia firme y con valores innegociables. Esos hombres en la actualidad no son populares. Pero son necesarios.
Ecuador no saldrá de esta crisis con tibieza ni con eslóganes de campaña. Saldrá cuando entendamos que la libertad es una conquista permanente. Que la paz no es la ausencia de conflicto, sino la victoria sobre quienes quieren destruir el orden. Que el Estado debe volver a ser temido por los delincuentes, y no por los ciudadanos. Los tiempos difíciles han llegado. Y con ellos, la oportunidad y la necesidad de volver a forjar hombres fuertes. Que no pidan permiso para defender a su familia y a su patria. Que no pidan perdón por defender la ley. Y que no bajen la cabeza ante el crimen organizado.