Por: Carlos Freile
Los católicos del mundo hemos tenido una alegría y dos duelos en los últimos días. Lo penoso y motivo de obligadas reflexiones es el diferente peso de cada uno de los hechos motivadores de esos sentimientos. La alegría es evidente para cualquier discípulo de Cristo el Señor: la memoria de su Resurrección, el eje de toda la historia humana, el acontecimiento que da sentido a la creación en su conjunto y a cada vida en particular. El primer duelo es bien conocido: el fallecimiento del Papa. Como católico de a pie, me duele en profundidad esa muerte, la figura del Papa, sin importar su apellido o su origen, es central y venerada por nosotros; en mi caso, con mis manías y preferencias, mis sospechas y dudas, no me atrevo a presentar un balance del pontificado fenecido; a lo mejor con el paso del tiempo podremos aquilatar con prudencia los aciertos y desaciertos del Papa argentino, con la convicción de que en nada se ha apartado de la doctrina y moral católicas si ha hablado ex cathedra, vale decir, para confirmar en la fe a los fieles. El segundo duelo no ha trascendido, casi nadie conoce los hechos que deberían hacernos llorar a todos, aun a los no católicos, por mera solidaridad humana (esa de la que tanto se habla y tanto se conculca día tras día). En los propios días de la Semana Santa, entre la Pasión de Cristo y su Resurrección, fueron asesinados en Nigeria 150 seguidores de Jesús. Su muerte violenta, más la destrucción de bienes materiales, fue protagonizada por guerrilleros musulmanes que buscan, desde hace varios años, imponer su fe por medios bélicos, no solo en su país sino en todo el mundo, pues así manda la sharía. Como de costumbre, la vida de esos modestos campesinos africanos no tiene importancia para los grandes medios de comunicación occidentales; son existencias radicalmente marginales, cuyo abrupto fin no roza ni de lejos ni la economía, ni la geopolítica, ni las poses políticamente correctas. Ese es nuestro mundo, que llora al Papa de los pobres pero ignora a 150 pobres asesinados en un remoto rincón del planeta. Que descansen en paz el Papa y los campesinos africanos asesinados, Dios, en su bondad, los reciba juntos en su seno.