Por: Lisandro Prieto Femenía
Hoy quiero invitarlos a reflexionar sobre la relación entre la obra de George Orwell, titulada “1984” y su relación con nuestro presente puesto que, leer esa pieza hoy en día, es como asomarse a un espejo que refleja los desafíos más acuciantes de nuestra era. El autor, con una perspicacia asombrosa, anticipó muchas de las inquietudes que nos aquejan: la vigilancia constante, la manipulación de la información, la erosión de la privacidad y el peligro del pensamiento único. Al confrontarnos con esta distopía, la novela nos invita a pensar sobre los límites del poder, la importancia de la verdad y la necesidad de proteger nuestras libertades individuales. Es, en definitiva, una llamada a la vigilancia y a la resistencia, un recordatorio de que la lucha por una sociedad más justa y libre es una tarea constante.
“Despiertos o dormidos, trabajando o comiendo, en casa o en la calle, en el baño o en la cama, no había escape. Nada era del individuo a no ser unos cuantos centímetros cúbicos dentro de su cráneo”
Comencemos situando la obra en su contexto histórico, teniendo en cuenta que Orwell escribió “1984” en el año 1949, en medio de la Guerra Fría, y con el auge de regímenes totalitarios. Desde entonces, su relato distópico ha sido interpretado como una advertencia contra los abusos de poder y las formas de vigilancia extrema. En este sentido, es preciso destacar que el autor no tenía la menor intención de prever el futuro, como tal vez lo interpreten algunos conspiranoicos delirantes, sino que quería exponer las consecuencias extremas de la concentración de poder y el control sobre la verdad y el ejercicio del pensar.
En “1984”, el Partido ejerce un control absoluto sobre la sociedad, manteniendo un poder centralizado que define la realidad misma. Esta idea de “control total” nos recuerda a las reflexiones de Hannah Arendt, quien en “Los orígenes del totalitarismo” explica cómo el poder totalitario transforma la realidad para subyugar a las personas, un proceso en el cual “la mentira se convierte en realidad” (Arendt, 1951). Pues bien, Orwell ilustra este fenómeno a través del concepto de “doblepensar”, que no es otra cosa que la habilidad de mantener dos ideas contradictorias al mismo tiempo. Este término resulta útil para analizar la manipulación en nuestras sociedades actuales, donde la sobreabundancia de información, a menudo contradictoria y falsa, puede llevar a confusión y pasividad, dos características que Orwell asocia con una ciudadanía dominada.
“Esta era la más refinada sutileza del sistema: inducir conscientemente a la inconsciencia, y luego hacerse inconsciente para no reconocer que se había realizado un acto de autosugestión. Incluso comprender la palabra doblepensar implicaba el uso del doblepensar”
También Michel Foucault, paladín del pensamiento posmodernos, pensó esta relación entre el conocimiento y el poder en una dinámica en la cual quien domina el conocimiento, controla también las mentes y los cuerpos de los sujetos. Tanto Orwell como Foucault nos muestran cómo el conocimiento puede ser utilizado como un arma para controlar y manipular a las personas: en “1984”, el Partido controla la historia, la lengua y la información para moldear la conciencia de los ciudadanos. Foucault, por su parte, exploró cómo el saber médico, psiquiátrico y penal ha servido para categorizar, disciplinar y excluir a ciertos grupos sociales.
Asimismo, la propaganda juega un rol crucial, puesto que es un arma fundamental en el mundo de “1984”, donde el Partido emplea medios masivos para fabricar enemigos y, en consecuencia, justificar el control sobre toda la población. En la novela, el odio dirigido hacia Emmanuel Goldstein y la idea del “enemigo externo”, mantienen a la sociedad en un estado de alerta constante. De manera similar, Noam Chomsky analizó cómo la propaganda estatal y mediática puede utilizarse para manipular la percepción pública y consolidar el poder político, al sostener que los medios masivos de comunicación sirven para construir narrativas de “buenos y malos”, facilitando así el control sobre las masas a través de la manipulación del miedo y la “identidad nacional”.
Anticipándose a estos mecanismos, Orwell expuso cómo la creación de enemigos ficticios, externos o internos, fortalece considerablemente la cohesión en las estructuras autoritarias. Esto es totalmente observable en la actualidad, en contextos donde se exacerban las divisiones sociales y se identifican grupos o países específicos como amenazas constantes, justificando políticas de vigilancia, restricciones a las libertades y, por qué no, un que otro bombardeo aéreo…