Por: Pablo Granja
De acuerdo a las fuentes consultadas, “las vacunas se basan en introducir en el organismo un virus o bacteria modificado para que el sistema inmunitario se defienda de él y genere memoria inmunitaria. De esta manera, cuando aparezca la verdadera infección, el organismo podrá combatirla de manera efectiva sin que llegue a desarrollarse la enfermedad”. Por tratarse de productos biológicos obtenidos de organismos vivos, su elaboración debe cumplir con estrictos procesos estandarizados de investigación y seguridad, que se desarrollan en diferentes etapas: 1) Exploración: en la que se busca conocer la biología y comportamiento del microorganismo que causa la enfermedad, para lograr la identificación de los antígenos que puedan prevenirla o tratarla. Duración de la etapa: entre 2 a 4 años. 2) Preclínica: se experimenta en animales, a los que se aplica la vacuna en estudio para evaluar su capacidad de respuesta inmunológica, y determinar una posible dosis y método de aplicación. Duración de la etapa: entre 1 y 2 años. 3) Desarrollo clínico: contempla tres fases: en la primera se evalúa la seguridad, tolerancia, respuesta inmunológica y eficacia aplicada a un grupo de entre 20 y 80 personas; en la fase dos se estudia la capacidad inmunológica de los compuestos activos, se determinan los intervalos y la vía de administración de las dosis, a entre 100 y 500 personas; en la tercera fase se incrementa la observación a grupos de entre 3.000 y 40.000 personas, para identificar los efectos adversos y/o secundarios que no se manifestaron en los grupos más pequeños. Duración de esta etapa: entre 6 y 9 años. 4) Revisión reglamentaria y aprobación: con el resultado exitoso se solicita la aprobación del instituto sanitario correspondiente, que evalúa las evidencias y el cumplimiento de los requisitos para ser utilizados por la población. Posteriormente, se inspeccionan los laboratorios farmacéuticos que fabrican y comercializan las vacunas. El proceso total de investigación hasta la autorización de uso de una vacuna puede ser de entre 5 y 15 años.
La ciencia al servicio de la salud requiere que los procesos de identificación de las causas que generan las enfermedades sean prolijos y exactos, lo que permitirá desarrollar un antígeno apropiado para eliminar la posibilidad de que “el remedio sea peor que la enfermedad”. La aplicación paulatina de las vacunas, primero en animales y luego a un número creciente de personas, tiene la lógica de medir la reacción y posibles efectos secundarios en grupos cada vez más numerosos y por ende más heterogéneos. Por esto, alarma que las vacunas contra el covid–19 hayan sido investigadas, experimentadas, aprobadas, fabricadas y aplicadas en un proceso extremadamente abreviado y simultáneo, con celeridad de horno microondas. La vacunación masiva fue impuesta de una manera tan intempestiva y severa que el mundo científico “independiente” no tuvo tiempo de investigar lo que nos estaban inoculando; y a los inoculados nos aniquilaron la posibilidad de negarnos porque hacerlo equivalía a perder los derechos de ciudadanía. El certificado de vacunación se convirtió tan indispensable como la cédula de identidad o el pasaporte, sin el cual no se podía hacer ningún trámite, vida social o viajar. Haya o no sido un perverso experimento científico o social, una de las conclusiones evidentes fue que todo ser humano, incluyendo a quienes habitan en los rincones más remotos, fuimos totalmente controlados en un mínimo de tiempo, sin recurrir al terror metódico que imponen las ideologías extremistas. La humanidad, sometida y angustiada, sumisamente hacía cola en los centros de salud o cualquier recinto improvisado para que nos inyecten “no sé qué”.
Anteriormente, la vacuna contra el ébola fue desarrollada en el tiempo récord de 5 años; la que todos somos portadores en la actualidad fue en menos de uno. Esto vuelve legítimo preguntar si nos encontraremos viviendo en la tercera fase de la tercera etapa.