¡Asesinos!

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¡Asesinos!… ¡Asesinos!  Era el grito de manifestantes en contra de Daniel Ortega y su esposa, Presidente y Vicepresidenta de la hermana república de Nicaragua quienes, por estos días,  afrontan una ola incontenible de protestas, las más fuertes desde que el exguerrilero asumió el cargo en 2007.

La historia latinoamericana ha estado plagada de asesinos, dictadores y presidentes, entre  militares y civiles,  que hambrientos de poder y considerándose predestinados han querido gobernar a perpetuidad a costa de sangre, represión y miseria del pueblo.

Esta constante histórica  de jefes militares y caudillos tanto de derecha como de izquierda, con toda su miseria humana, han deslumbrado inicialmente a sus seguidores mediante promesas demagógicas amasadas en una oratoria de barricada y rodeados de oscuros personajes aduladores de oficio,  han  terminado repudiados. Son seudolíderes llenos de retórica revolucionaria, pero engolosinados con las comodidades y privilegios  de la plutocracia y de fortunas  mal habidas. En el siglo pasado y en el actual, han surgido estos pseudolíderes que, desde el populismo y la demagogia han pretendido y, en muchos casos lo han logrado, echar por tierra los principios republicanos para perpetuarse en el poder.

Los pueblos de todos los continentes han sido víctimas de estos engendros amasados en la tiranía y  el engaño. Europa ha tenido lo suyo; Franco en España, Hitler en Alemania, Moussolini en Italia. Y ni hablar de África y Asía.

En América Latina, abundan ejemplos gobernantes vitalicios y asesinos que  eliminaron paulatinamente todas las libertades,  anularon el pensamiento  y la prensa libres, arrasaron las instituciones democráticas, los partidos políticos, la universidad, los gremios, los sindicatos. Es el caso de la dinastía de los  Castro en Cuba, de los Somoza y Daniel Ortega en  Nicaragua, del gobierno  de la Revolución Bolivariana de Chávez y Maduro en Venezuela y otras execrables dictaduras que la literatura del boom latinoamericano las noveló ridiculizando y burlándose de los excesos de los jefes militares y caudillos, asesinos de sus pueblos.

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