Por: Wellington Toapanta
“Tres millones de años atrás apareció una raza ya bien parecida al hombre actual: éstos ya sabían tallar las piedras, en forma muy rudimentaria”, por lo que la idea de que “Dios había creado todo al comienzo y después el mundo se había guardado más o menos igual… ya no vale”, según una edición bíblica de 1972 de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana.
¿Cómo explicar que el Planeta Tierra hoy albergue 8.156 millones de habitantes? Millones de años después, Estados Unidos de América inició su formación en 1607 con el ingreso de ingleses, seguidos por irlandeses, escoceses, alemanes, suecos, noruegos, otros europeos, esclavos afros, judíos, rusos, asiáticos, del resto de América, quienes cimentaron y desarrollaron institucionalidad garante de inversiones, ciencia y trabajo.
Los historiadores Faulkner, Kepner y Bartlett en su obra “Vida del Pueblo Norteamericano”, 1941, aseguran que excepto los indios, “toda persona que vive hoy en EE.UU. es un emigrante o descendiente de migrantes que llegaron aquí durante los últimos 300 años”.
A fines del siglo XIX introdujo regulaciones migratorias. El presidente Trump desciende de migrantes sueco y alemán. La aduana registró a su madre como ‘doméstica’. La Unión es crisol de culturas; hoy teme estallidos sociales incitados por migrantes indocumentados como sucedió en Ecuador, Chile, Perú y Colombia.
El universal derecho migratorio está en vilo por crecientes amenazas y asedios de fundamentalistas ideológicos; se generalizan medidas defensivas para detenerlos. Las cacerías migratorias deberían ser selectivas, no indiscriminadas.
Pues, entre 2010 y 2021, por trabajo, 500 mil ecuatorianos migraron a la Unión. 121 mil obtuvieron tarjeta de residencia; fracturas familiares que parece disfrutan quienes ejercen poder político, adversos a iniciativas que mejoren la calidad de vida de la población.