Las críticas no serán agradables, pero son necesarias, decía Winston Churchill. Y si son de buena fe y constructivas; si están enfocadas a preguntar, averiguar, indagar, investigar, a retractarse cuando fuere necesario, si se procede con altura y sinceridad, entonces sabremos que están orientadas al bien común.
En momentos como el actual, salta al vista la urgente necesidad de la construcción y desarrollo de una conciencia crítica individual y su evolución organizacional hacia lo colectivo; tarea fundamental que les corresponde construir a los líderes y organizaciones políticas y por supuesto, al sistema educativo nacional, porque el rol principal del educador no es formar mano de obra especializada o calificada para el mercado de trabajo; es formar seres humanos dignos, dotados de conciencia crítica, participantes activos en el desafío permanente de mejorar la sociedad y el mundo en que vivimos.
Aceptar con indiferencia la demagogia, la mentira, el doble discurso, carecer de ideales y dignidad, asumir actitudes timoratas o cobardes es carecer de conciencia crítica; es convertirnos en cómplices y encubridores de los desatinos del poder político, de los atropellos, de la manipulación de la información, de las groserías y vulgaridades de cualquier gobernante de turno. Dejar de ser acríticos, pasivos, abúlicos, insensibles y apáticos; hacer real la libertad de conciencia, política y civil, repudiar el irrespeto a las leyes, indignarnos frente a la corrupción y la impunidad es propio de personas e instituciones con alta conciencia crítica. La persona crítica es habitualmente inquisitiva, de mente abierta, razonadora y bien informada, desapasionada y justa en las valoraciones, prudente al emitir juicios de valor.
Las propuestas electorales de los candidatos a las diversas dignidades de elección popular deben ser motivo de análisis crítico orientado al bien común, porque en sí, el voto es el verdadero y único poder del pueblo en democracia.