Rodrigo Contero Peñafiel
Es lamentable que con mucha frecuencia tengamos que escuchar simplezas dichas por políticos y representantes de instituciones públicas ante organismos de representación nacional e internacional; decir o hablar disparates ya no es novedad, pésimos argumentos, sin el menor análisis ni sustento técnico se va haciendo costumbre, discursos, intervenciones, entrevistas o simples conversaciones con un desparpajo terrible que demuestran un vacío intelectual de gran magnitud que no avergüenza en lo más mínimo a sus actores. Nos vamos acostumbrado a escuchar temas o interpretaciones ideológicas seudorevolucionarias pobres y sin el menor criterio político, económico o social sobre la realidad del país, intervenciones subjetivas, simples y sin ningún contenido analítico demuestran una falta de conocimiento, cultura e investigación sobre asuntos que se opina y se habla por hablar sin ninguna afrenta ni vergüenza. Diego Gambetta llama “machismo discursivo” o la cultura del ¡claro pues!, el punto de partida para todo diálogo es la expresión de una opinión tajante, contundente y rotunda, que no deje resquicio a la duda, la ignorancia o la doble moral. La cultura analítica se basa en ir construyendo argumentos mediante pequeños elementos donde se requiere concentración, análisis y síntesis del problema planteado para encontrar soluciones y resolverlo, de tal manera que quien desee intervenir en la esfera pública emita opiniones sobre temas que conoce y domina. La política ecuatoriana está dedicada a expresar puntos de vista personales e ideológicos de sus actores ahondando la crisis de los movimientos políticos que se ven obligados a reclutar gente de la farándula y el espectáculo para ganar votos, los temas incoherentes que se plantean están dedicados al protagonismo de santos y figurones, antes que a entender la vida del país.