Por: Edgar Frías Borja
Han transcurrido ocho días, desde el domingo cinco del mes en cursos, que se efectuaron las elecciones de las autoridades seccionales, el nombramiento de los miembros del CPCCS y la consulta popular 2023.
El pueblo ecuatoriano concurrió a las urnas en pos de consignar su voto, a favor de quienes lo creían, serían la mejor alternativa para que mengüen en algo, la situación socioeconómica en la que nos desenvolvemos.
Se ha vivido una especie de un “chuchaqui electoral”, hubo sorpresas y más sorpresas, ganaron quien menos se pensaba y perdieron quienes creían se alzarían con el triunfo. Las huestes de los partidos y movimientos políticos por igual celebraban, bien el triunfo o por igual la derrota.
Al culminar el insomnio vivido, unos tenían como recompensa la noticia del triunfo, mientras otros las cavilaciones sobre el porqué de la derrota, si además, las inefables encuestadoras les otorgaban el éxito seguro.
Muchos iniciaron el periplo político con inusitada antelación, carteles, banners, cuñas publicitarias, murales y todo tipo de suvenir, anunciaban la presencia triunfadora de los candidatos; quedando como lo único cierto que, no por mucho madrugar, el triunfo puede sonreírles.
Las sorpresas no se hicieron esperar, a los que se les creían cadáveres políticos, se alzaron como el ave fénix, con importantes conquistas electorales. Guayaquil, otra hora, infranqueable reducto del PSC, se entregaba en cuerpo y alma a la Revolución Ciudadana; es decir, alcaldía y prefectura. Igual sucedía con Quito, Cuenca y otros importantes sectores del país.
Se han escuchado voces de que el ejercicio electoral fue normal, que los pequeños inconvenientes surgidos, son normales y propios de una gesta complicada por la multiplicidad de los actores diversos; sin embargo, existen también reclamos que rayan en la liviandad de decir que ha existido fraude.
Al pueblo llano, que trabaja día a día por subsistir, estos dimes y diretes, no le va ni le viene, simplemente cumplió con su deber cívico, unos a regañadientes, otros por el certificado y creo muy pocos con una verdadera conciencia ciudadana.
Como soñar no cuesta nada, el anhelo del pueblo ecuatoriano, se cifra en la esperanza de que vengan días mejores para la Patria dolida, herida y saqueada.