Por: Salvatore Foti
Enero de 2025 será recordado como uno de los meses más sangrientos para Ecuador: 600 muertes violentas, lo que equivale a un asesinato cada hora.
Números que deben hacernos reflexionar, junto a las cifras que reflejan el grave momento que atraviesa el país, tales como los cerca de 1.000 pacientes fallecidos por falta de diálisis, los miles de despidos y las pérdidas económicas (1,5% del PIB) a causa de los apagones.
Entre la delincuencia, el aumento de pobreza y el mal manejo social y económico al que también incluye que 2024 fue el peor año en producción petrolera desde 2020, enfrentamos este 2025 con dudas razonables sobre cuál será el rumbo y la visión del país y de quienes nos gobernarán.
No hay gestión a ningún nivel y, para colmo, hasta lo que debería ser de ordinaria administración, como conseguir cédulas o pasaportes, también está volviendo a ser un calvario como en el vetusto Ecuador.
Podemos afirmar que la política y los políticos no están ni siquiera en capacidad de gestionar el Registro Civil, pero no tienen vergüenza en prometernos grandes obras y mejoras cuando ganen las elecciones.
Duele darse cuenta de que no podemos entender con quiénes o a quiénes les hablan los candidatos puesto que nos pintan un país donde los problemas se resuelven en TikTok o donde su mayor preocupación es seguir en el show a pesar de que la pobreza y el trabajo informal en Ecuador siguen siendo problemas a la alza.
Por ahora podemos inferir que les hablan a los jóvenes y luego a aquella parte de población que ven en la política un arma destructiva e impositiva antes que constructiva, un arma que puede llegar a justificar hasta las dictaduras, pues son inmunes a los argumentos o a los hechos más objetivos.
Solo nos queda confiar en los indecisos, con quienes aún no habla nadie, y quienes podrán, de manera mucho más madura y menos polarizada endosar su voto al candidato que realmente pueda resolver los problemas de la gente que hoy tiene serias dificultades para poder llegar a fin de mes.
Ecuador está al límite y es un país roto por la violencia y la desinstitucionalización que está entregando poco a poco el Estado a organizaciones criminales y terroristas que hoy tienen más poder que el mismo Gobierno.