Por: Manuel Castro M.
No se puede ocultar el fracaso de ciertas autoridades seccionales en el Ecuador. Lo que sucede en las Alcaldías de Quito y Guayaquil y en las Prefecturas de Pichincha y Guayas, con el contagio evidente en otras regiones del país, no se debe a su falta de capacidad administrativa ni de fondos. La causa evidente es su intromisión ideológica en la política nacional. Pabel Muñoz, Paola Pabón, Álvarez, Marcela Aguinaga y Aquiles Álvarez no han podido ocultar su inclinación por la candidata correísta, ni su simpatía por Maduro, Ortega y Díaz-Canel. No sirven ni a sus ciudades ni a sus provincias, sirven ilegalmente a pensamientos y acciones políticas del denominado socialismo del siglo XXI, ahora bajo el pseudónimo de “progresismo”; más se interesan por el asunto palestino, por la invasora Rusia, que por el progreso de sus ciudades y provincias; sus agendas son proselitistas, no se preocupan ni de las calles, ni de las veredas, parques, del agua en los barrios pobres, del comercio informal, peor de la seguridad, pues en el fondo su único interés ha sido que fracase el gobierno.
Es una vergüenza que solo les interese los votos. Esta enfermedad cívica nace de que tales cargos -como sucedió muchas veces en Quito, Guayaquil, Cuenca, etc.- no ocupan ciudadanos respetables, honrados y de visión que, sin ser apolíticos pues nadie lo es, su prioridad fue realizar grandes y buenas acciones en beneficio de la colectividad. No fueron revolucionarios, pero sí visionarios. Los actuales siguen el viejo aforismo literario: “El mejor alcalde es el Rey”. Prefieren ser súbditos -de Correa y otros parecidos en el mundo- a ciudadanos de acción positiva en beneficio de todos. Actúan precisamente lo contrario de lo que dicen en sus discursos: son discriminadores, sectarios, demagogos en pequeño, aspirantes a que “vuelva el rey”.
Una nueva Constitución tiene que poner coto a estos dilapidadores de la fe pública y de sus dineros provenientes de impuestos y aportaciones obligatorias, que sirven para pagar burocracias numerosas, “artistas” comprometidos con la causa, festivales amarrados. Acciones útiles, nada. Lo afirmado es tan cierto que abundan los reclamos, las demandas, aunque todo queda en el aire.
Por cierto que para nada sirve lamentarse, pero cada aspirante y cada ciudadano tienen que “Hacer bien lo que tengan que hacer.” (Jean Anouilh). Las autoridades seccionales actuar con ética y patriotismo; el ciudadano elegir bien a sus representantes: con talento, evitando la precipitación y sin prejuicios.