Por: Luis Boloña
Las opiniones que no nos han pedido, la muy conocida y mal usada crítica constructiva, la validación o reprobación de la vida ajena, la constante mirada a la vida del otro. Juzgar, sin ser jueces calificados, sin tener las respuestas para nuestra propia vida.
¿De dónde proviene la necesidad de ver la paja en el ojo ajeno? Y no termina en verla, necesitamos gritarla, vomitarla, como si aquello nos confortara. Como si nos produjera cierto alivio que solo se logra al sacar a la luz las falencias del otro, quizás para asegurarnos que las nuestras estén quedando bajo la sombra, evitar verlas a la cara y dejarlas para ese después que nunca llega.
Qué necesarios son esos silencios a los que no le damos el valor que se merecen. Vivimos con la necesidad de decir lo innecesario y no observar hacia lo esencial que no nos animamos a resolver. Estamos saturados de conversaciones acerca de las formas de los cuerpos, las preferencias sexuales, los conflictos de las parejas, pero todo enfocado en el que no está, en aquel que jamás vamos a conocer del todo, pues no podremos vestirnos de aquella piel en la que el otro habita. Y mientras más hablamos queda menos tiempo para mirarnos. Quizás pretender resolver la vida ajena es una forma -inconsciente, tal vez- de evitar dejar espacio para hacernos cargo de la nuestra.
Hace poco viví una etapa convulsionada. No puedo negar que me encontré con seres que iluminaron mi camino. Pero hablando de lo que me lleva a escribir estas líneas, tengo que decir que, también me tope con muchos jueces. Me refiero a cuando somos aquella persona que conociendo que hay un problema, no traemos una posible solución, ni el hombro amigo, pero sí un juicio de valor, una crítica despiadada o una sentencia definitiva. Cuando mantenerse en silencio también puede ser una forma hermosa de acompañar. A veces solo se necesita contar con esa persona que te oye para escucharte y no para calificarte, esa persona que te regala su silencio.
Lo que vemos en el rostro ajeno suele ser un reflejo del nuestro. Y cuando nos hacemos conscientes de aquello, se genera una invitación a mirar hacia dentro, en ese silencio que es el único lugar en donde nos podemos encontrar. Para hurgar en nuestra propia existencia, antes que en la del otro, y, con esfuerzo y algo de suerte, encontrar las respuestas que necesitamos. Y solo así, con la mayor humildad, y en caso de que nos lo pidan, compartir nuestra experiencia.
Con el tiempo aprendemos que la comunicación también es el manejo de los silencios.