Un referente idóneo de lo que significa hacer de la docencia una práctica de vida es Guillermo Tapia Segovia, profesor radicado en el cantón La Maná, provincia de Cotopaxi.
Si alguna profesión enaltece al ser humano, debería ser la del educador. El espacio cercano entre el profesor y el alumno, que convierte el aula en el primer universo de conocimiento de niños y niñas.
Un referente idóneo de lo que significa hacer de la docencia una práctica de vida es Guillermo Tapia Segovia, profesor radicado en el cantón La Maná, provincia de Cotopaxi.
Recuerda, que apenas tenía 21 años de edad, cuando se inició como maestro en la escuela unidocente Morona Santiago, ubicada en la comunidad San Pablo de Agüila, de Sigchos. Estaba a cargo de 57 chiquillos, a quienes impartía todas las materias, desde primero hasta sexto grado.
Guillermo Tapia, apodado afectuosamente como “profe Guillo”, afirma que desde aquel entonces, su jornada diaria transcurría entre libros, estudiantes y profesores de primaria. Tal vez su vocación formativa se debió al ejemplo recibido de parte de su padre, quien escasamente estudió hasta tercer grado pero, cada domingo, leía con avidez y soltura la Biblia, para luego reflexionar sobre algún pasaje junto a sus otros nueve hermanos.
Guillermo, nació en Latacunga y fue criado en el interior de la hacienda Chirinchi, en la parroquia Mulalillo, donde su progenitor era obrero.
Ser profesor de enseñanza básica implicaba dictar todas las asignaturas, incluso fue profesor de arte y dramatización. Los sainetes y obras de teatro eran convocatorias masivas para la comunidad que acudía con expectativa a apreciar a sus hijos en escena. “Y es que el docente en estos lugares tan alejados se convierte en una autoridad, en la voz guía del pueblo, e inclusive en un orientador para las familias”, afirma.
Recuerda que en su caminar en el magisterio ecuatoriano, se vio precisado a acudir a los paros nacionales para demandar los derechos de la clase educadora “Eran otros tiempos, y el reconocimiento al maestro exigía esta clase de luchas, afirma.
Así también, admite jamás haber padecido hambre ni falta de un techo mientras se desempeñaba como profesor lejos de su hogar. “La generosidad del pueblo era infinita, siempre hubo un plato de comida en mi mesa y un sitio para descansar; yo era el educador de aquel lugar, el amigo de la gente”, recuerda.
Tres años después, fue trasladado a la escuela pluridocente Rafael Terán Coronel, ubicado en el recinto Macuchi, en la parroquia El Tingo, perteneciente al cantón Pujilí. Eran 3 profesores para atender los 6 años de educación primaria.
“Este sector era un poco más desarrollado, ya se veía uno que otro vehículo y había casitas de bloque”.
Paralela a la actividad educativa también culminó sus estudios profesionales. Formó una familia y se estableció en La Maná, como destino final. Actualmente, continúa ejerciendo la enseñanza escolar en la Unidad Educativa La Maná, la cual absorbió a la escuela Luis Andino, donde laboraba inicialmente.
“Son 39 años de educar sin agotamiento; cada estudiante vendría a ser como un hijo propio. Si hiciera cuentas he tenido más de mil hijos”, comenta sonriendo.
“Y es que la educación no consiste en enseñar a leer y escribir, la razón de la educación es formar seres humanos libres, que sean capaces por sí mismos de encontrar propósito y dirección a sus vidas”, afirma el profe Guillo.
No en vano, el célebre escritor Albert Camus, poco después de recibir el Premio Nobel de Literatura (1957), escribió una carta de agradecimiento a su profesor Germain: “(…) He recibido un honor demasiado grande, que no he buscado ni pedido. Pero cuando supe la noticia, pensé primero en mi madre y después en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que tendió al niño pobre que era yo, sin su enseñanza no hubiese sucedido nada de esto. (30)