MUERTE
Una tragedia comenzaba la noche del 8 de febrero, en el interior de una vivienda en el cantón Guano. Una adolescente de 18 años, sola y atrapada en el miedo, daba a luz en secreto. Aferrada a la desesperación de ocultar su embarazo a sus padres, tomó una decisión que cambiaría su vida para siempre, asfixió a su bebé recién nacida y la ocultó en un armario.
El hallazgo ocurrió horas después, cuando la joven, debilitada y con signos de un parto reciente, fue trasladada a un hospital en Riobamba. Los médicos, tras examinarla, alertaron a sus familiares sobre la evidencia indiscutible de un parto. La noticia se esparció rápidamente, y las autoridades iniciaron una investigación que los llevó hasta su domicilio.
Cuando los agentes cruzaron el umbral de la casa, el silencio pesado les advirtió lo que estaba por venir. En una esquina del armario, envuelto en la oscuridad y el sigilo de un secreto fatal, yacía el pequeño cuerpo sin vida. La autopsia confirmó lo que ya se sospechaba: el recién nacido murió, una muerte violenta, una vida segada antes de siquiera empezar.
Las investigaciones apuntan a que el miedo fue el detonante de este crimen. El terror a la reacción de sus padres, el estigma, la falta de apoyo y la ausencia de una red de contención social jugaron un papel crucial en el desenlace. Ahora, la justicia sigue su curso.
Mientras tanto, en la comunidad, las miradas se debaten entre el juicio y la compasión. Algunos la ven como una criminal, otros como el reflejo de una sociedad que no supo brindarle alternativas.
