A los 95 años de edad falleció Ernesto Cardenal, autodefinido como “poeta, sacerdote y revolucionario” La muerte del este ilustre nicaragüense enluta a la poesía, al sector eclesiástico y a la política del continente.
Como poeta y escritor brilló con luz propia en el mundo de las letras. Su poesía, influenciada por su formación cristiana y su compromiso político, con profunda preocupación por las luchas sociales y defensa por los más desprotegidos, le hizo merecedor de numerosos premios, distinciones y reconocimientos internacionales en su patria y fuera de ella. Son popularmente afamados sus Epigramas, entre los que destaca el siguiente, uno de los más famosos y conocidos: “ Al perderte yo a ti tu y yo hemos perdido:/ yo porque tú eras lo que yo más amaba / y tú porque yo era el que más te amaba. / Pero de nosotros dos, tú pierdes más que yo:/ porque yo podré amar a otras como te amaba a ti / pero a ti no te amarán como te amaba yo”.
Como sacerdote recibió una dura reprimenda pública del papa Juan Pablo II por formar parte del Gobierno Sandinista y por propagar “doctrinas apóstatas”. Más tarde, el mismo Papa le suspendió el ejercicio sacerdotal por ser integrante de la Teología de Liberación de la que fue parte también parte Mons. Leonidas Proaño. Finalmente, el papa Francisco levantó la sanción impuesta.
Como revolucionario fue partidario de una “revolución desprovista de venganza” en la lucha contra Anastasio Somoza García, político, militar y dictador nicaragüense. Estuvo en las filas del Frente Sandinista de Liberación Popular y, al triunfo de la Revolución Nicaragüense fue nombrado ministro de Cultura.
A la muerte del Cardenal, el Gobierno del actual Dictador Ortega reconoció “su aporte a la lucha del pueblo nicaragüense” y, entre el cinismo y la antihistoria, declaró tres días de duelo por la partida de quien, desde el más acendrado patriotismo lo criticó duramente a quien ahora gobierna entre la amenaza, el terror, el amedrentamiento, el asedio policial contra los líderes de la oposición en un contexto de aguda crisis política y un reguero de muertos y heridos, presos políticos y exilios, inventario propio de los gobernantes “revolucionarios” del siglo XXI.
