LA ÉTICA MÉDICA

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Todos los aspectos que asoman en tu  vida debes afrontarlos, para bien o para mal, con la entereza que te impone tu condición de humano. La alegría o tristeza, la riqueza o pobreza, el frío o calor…  no tienes que desdeñarlos. Son parte de nuestra existencia. Así mismo tus derechos de ciudadano, tus obligaciones, tus deberes, te imponen taxativamente a observar una conducta de humano.  El camino es recto, sin titubeos.

El cristianismo nos manda practicar el más alto nivel de comportamiento en la vida: el amor. Amar a Dios y amar a nuestro prójimo. Ser gratos con el Creador y gratos con los que, como vos, comparten la vida.

Hay una barrera infranqueable entre el bien y el mal. Nacimos así. La educación solo pule o barniza el molde o matriz.  La conciencia que nace en el soplo divino que hizo posible nuestra concepción en el instante supremo de la vida. Esto es cierto, pero también lo es que el mismo soplo nos endilgó el libre albedrío.

La conciencia nos permite saber quiénes somos, para qué vivimos y cómo deben ser nuestros actos; y el libre albedrío es  la potestad que el ser humano tiene de obrar según considere y elija.

Así, la conciencia y el libre albedrío son los componentes de la estructura humana.

Con la conciencia sabemos que tenemos un límite para usar nuestros derechos, el lindero tras el cual se encuentran los derechos de los demás;  los deberes,  las manifestaciones de la vida cuando vivimos en comunidad; y,  las obligaciones, el techo que cubre la voluntad del colectivo de vivir con dignidad.

Con el  libre albedrío, percibimos  una voz inmutable que nos avisa el sendero por el que tenemos que transitar sin tropezar.

Siendo la ética, la disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento humano, no hace falta consignarla por escrito a través de leyes o normas para poder ejercitarla. Está escrita en nuestra conciencia. Sin embargo, otros humanos se han dedicado a investigar esa urdimbre de actitudes que ocurren en el microcosmos  del ser humano para formar el tejido social. Aristóteles es uno de ellos.La ética de Aristóteles (384-322 a. C.) parte de la creencia de que toda actividad práctica parece tender a la consecución de un fin que es el bien de tal actividad.

Entonces, decimos que la ética es el medio de los humanos para alcanzar el feliz propósito  de nuestra vida de vivir y morir en paz. Y debe estar presente en todas las actividades humanas.

La Ética Médica es una disciplina que se ocupa del estudio de los actos que realiza un médico desde el punto de vista moral, siendo éstos conscientes y realizados por su propia voluntad.

La moral descansa en  3 principios: la autonomía, la beneficiencia, y la justicia. La primera se refiere a la libertad que tiene un paciente para establecer sus normas personales de conducta, es incorrecto prescribir un tratamiento en contra de sus deseos. La segunda, el médico debe ejercitar su talento para facilitar la vida, no para destruírla. La justicia: todo individuo tiene el derecho moral a acceder a un servicio médico, más aún si es urgente. Y el médico tiene que prodigarla.

Pero hay más. La relación entre el médico y paciente debe ser  muy afectiva. El paciente no es “un número”, es Carlos, María, etc. Ni tampoco “el doctor del consultorio 15”. La información que el médico expresa al paciente debe ser oportuna, franca, real, sustentada estrictamente en la historia clínica que también ostenta un posible recurso judicial. Y no divulgarla. Es un secreto.

Por último, la mala práctica médica, somos humanos al fin, tiene recursos legales asentados en la práctica civil o administrativa. No en la penal, como desgraciadamente se pretende. El médico no es un delincuente. El médico muere por la vida y vive para anular la muerte.

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