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domingo, octubre 6, 2024

Las alianzas

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Artículo de Opinión Por: Pablo Escandón Montenegro

Cuando los partidos y movimientos de izquierda y los llamados progresistas se reunieron para “ver” si conformaban una coalición única de la tendencia solo los ilusos y quienes no saben nada de política, pensaron que de allí saldría un acuerdo.

Los movimientos de izquierda, históricamente, han sido faccionadores, por ello hay más movimientos revolucionarios, socialistas, progresistas, reivindicadores, populares, alternativos y demás remoquetes con los que se autodefinen y autodenominan, con la finalidad de tener una feligresía captada, acrítica y solemnemente fiel.

De la derecha no se puede esperar nada porque allí no hay pensamiento social, nunca estuvieron cerca de la iglesia comunitaria y comprometida con la gente, sino con la jerarquía religiosa, de todas las vertientes: católica y evangélica; por lo tanto allí también se producen resquebrajamientos o cismas, incluso al interior de los grupos económicos que buscan nuevas formas de negocio. Si no, miren los TikToks de un miembro de una de las familias serranas más acaudaladas del país, que en sus momentos etílicos hace reclamos a sus pares de la Costa.

Las alianzas se dan para un fin posterior. La historia enseña cómo los reinos no musulmanes se aliaron para recuperar la península ibérica de manos de los moros, y por ello la corona de Isabel y Fernando integró los reinos de Castilla y Aragón; de la misma manera las naciones conocidas como las aliadas y sus ejércitos hicieron lo propio durante la Segunda Guerra Mundial para detener al eje.

Las alianzas tendrían que darse para alcanzar un fin posterior. Durante tres períodos, los más recientes en elecciones, los políticos se aliaron para detener al correísmo, y los dos últimos presidentes han capitalizado ese sentimiento en los electores, pero eso no hace que el país progrese, porque la alianza política es contra otro político y no en beneficio del país.

Vemos que cada facción presenta a su candidato, que representa a un minúsculo grupo de seguidores, en muchos casos, y en otros a ningún número sólido y representativo, pero que hace el juego de dividir, es decir, de aliarse en la estrategia de dividir para ver qué tajada saca.

Así son los juegos del hambre de poder y notoriedad, en donde los partidos políticos no son espacios de debate ni pensamiento, como lo fueron en el siglo pasado, porque el mundo cambió y ahora estas instituciones no son más que “emprendimientos” fugaces con lógicas piramidales de negocio que no generan alianza ni confianza.

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