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martes, marzo 25, 2025

Las ilusiones de la Inteligencia Artificial

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Artículo de Opiniónr: Daniel Márquez Soares

Conforme aumenta el uso de la Inteligencia Artificial, más evidente se torna su talón de Aquiles: su consumo energético. La Agencia Internacional de Energía advirtió que dentro de dos años estos centros de datos emplearán tanta electricidad como todo Japón —uno de los mercados más grandes del mundo—. A eso se suma el masivo consumo de agua para refrigerar los procesadores.

Si el uso de esta tecnología experimenta el mismo crecimiento exponencial que tuvieron los computadores, los teléfonos inteligentes o las redes sociales, el impacto sería descomunal. Así, es muy probable que todas las fantasías que tenemos de automatización masiva o de desaparición de puestos de trabajo se estrellen contra la misma barrera que frenó el crecimiento económico durante la mayoría de la existencia de la civilización humana: falta de energía.

Pero esta realidad debería alentarnos. Nos admira la rapidez con que la Inteligencia Artificial lleva a cabo tareas, aunque consuma una inmensa cantidad de energía en proceso y no lo haga ni de cerca tan bien como lo hace un ser humano especializado con suficiente tiempo. Sin embargo, lo que de verdad debería asombrarnos es cómo los seres humanos somos capaces de llevar a cabo procesos cognitivos tan complejos con un consumo tan bajo de energía, de tener una memoria tan gigantesca y en permanente desarrollo en un espacio tan pequeño e inexplicable, y de apenas requerir refrigeración.

La “caja negra” de la Inteligencia Artificial, el misterio de su funcionamiento, es ínfimo en comparación al verdadero enigma trascendental de nuestra propia naturaleza. Nos sentimos amenazados, en peligro de ser reemplazados, cuando deberíamos apenas estar fascinados ante nuestra insondable complejidad.

Cada nuevo invento humano acarrea esperanzas y decepciones que, en última instancia, alimentan aún más las interrogantes sin respuesta sobre el milagro de la condición humana. Las máquinas del siglo XIX dieron pie a fantasías de un mundo de autómatas, pero hasta hoy la mano humana —junto con el ingenio que la conduce— sigue siendo la herramienta más versátil del mundo, la protagonista principal de cualquier proceso de manufactura. Luego, con el descubrimiento y dominio de la electricidad, se creyó que se había entendido el misterio de la vida, del influjo que animaba la materia, con todos los sueños frankestenianos resultantes, pero resultaron meras ilusiones.

El consabido experimento de Miller y Urey aspiraba a explicar el origen de la vida rebajándolo a un accidente material del azar, pero siete décadas después las interrogantes solo han aumentado y esa hipótesis luce cada vez más descabellada. Las promesas de las décadas recientes —ya sea la de la neurociencia y la psiquiatría de develar el complejo mundo de nuestras emociones, o la de la genética de ofrecernos salud y longevidad ilimitadas— también han resultado infructuosas, porque mientras más aprendemos del ser humano, más descubrimos cuánto falta por saber, por cada respuesta surgen cientos de otras preguntas. Ahora, la Inteligencia Artificial nos ayuda a admirarnos, fascinarnos, ante la magia de la inteligencia humana. Todo lo que busca reducirnos, termina siempre ensalzándonos.

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