Lo frágil de la seguridad ciudadana

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El año pasado, en Riobamba, en la plaza Alfaro, una trabajadora sexual fue asesinada. Por esas mismas fechas, en Ambato, se produjeron dos hechos similares, encendiendo las alertas en ambas ciudades, aunque generando poco asombro frente al fenómeno social que precedió los tres execrables crímenes.

En Ambato, Riobamba y otras ciudades más, no es novedad cómo espacios públicos se han convertido en verdaderos tugurios, a vista y paciencia de quienes deben encargarse de poner orden, control y frenar situaciones que más adelante pudieran terminar convirtiéndose en delitos.

Como es de suponerse, ni bien sucedieron las muertes violentas, los sectores que fueron escenario se llenaron de policías. Los servidores policiales hacen presencia en puntos de forma fija y otros realizan patrullajes constantes, de arriba abajo, dando una sensación etérea de seguridad. 

Varios meses después, las ‘zonas rosas’ vuelven a quedar en el desamparo. Los tugurios se vuelven más peligrosos que antes. Deambulan personas con actitud sospechosa y abunda la prostitución clandestina, sin contar los delitos que durante el día y la noche se cometen sin que nadie ponga un freno, porque muchos prefieren no poner denuncias. 

La seguridad ciudadana, o al menos la percepción de ello, se vuelve frágil. Parece que la Policía Nacional solo se alborota cuando ocurren hechos que alarman a la opinión pública. Y lo que es peor, parece que ya nos acostumbramos a eso.

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