El 29 de enero pasado, se cumplió más de un siglo del nacimiento de Monseñor Leonidas Proaño, uno de los representantes más conspicuos de la doctrina social de la Iglesia Católica. Conocido como el Obispo de los Indios y de los pobres, Proaño acumuló en su acción pastoral logros extraordinarios.
Cierto es que su figura fue polémica y controversial para ciertos sectores ligados a la más recalcitrante derecha y a la Dictadura de la que fue objeto de persecución; pero no cabe duda, que a su hora, Proaño fue pionero en la liberación de los indios, pues con él y sus Escuelas Radiofónicas Populares se inició la toma de conciencia, primero, de los propios indígenas de su realidad inhumana y luego, de la sociedad chimboracense y ecuatoriana, de la necesidad impostergable e irrenunciable de ese sector de la población de cambiar su situación.
Más allá de la polémica, lo interesante es saber que la figura de Proaño sigue viva, con toda su carga de humanismo, de su “palabra que tenía la fuerza de la roca y de la tierra, de la lluvia y del huracán, alimentada de la vida de miles de indígenas olvidados y empobrecidos, de horas de silencio, de meditación del evangelio, y de misas donde la palabra bíblica era compartida entre todos”.
Cuando en 1987 la Universidad de Saarbrueken, Alemania le concedió el doctorado Honoris Causa, con la modestia propia de los grandes, en esa oportunidad, dijo: “No tengo título de sociólogo ni de antropólogo, no he ido a los colegios y universidades grandes para poder conocer el mundo indígena. Mi colegio, mi universidad, han sido las comunidades indígenas. Los indígenas fueron mis maestros, ellos me han enseñado y por lo mismo este premio se lo debo a ellos”.