Por: Iván Menes Aguirre
Riobamba vive días políticamente convulsos. Con un alcalde removido por el Concejo municipal, a la espera de que se dictamine su suerte, y con los concejales que propiciaron la cesantía del burgomaestre en vilo por una denuncia para que ellos sean destituidos, el caos se ha apoderado del juego por el sillón de Lizarzaburu. A esto hay que sumarle lo acaecido esta semana: cuatro concejales y un exprefecto de Chimborazo se encuentran detenidos tras allanamientos hechos por Fiscalía. La primera capital de la República lleva varios años de desatino político y de modorra social que hoy nos sumen en un escenario nefasto: nuestra Sultana de los Andes se encuentra estancada entre los rifirrafes políticos y los escándalos.
Las pesquisas efectuadas por Fiscalía desnudan una problemática estructural para los destinos de nuestra ciudad: la clase política, hace rato, dejó de presentarnos cuadros de alta calidad. La probidad solía ser un requisito a la hora de hacer política; de un tiempo a esta parte, varios ediles y burgomaestres han estado salpicados por acusaciones severas, muchas de las cuales han sido sustanciadas penalmente. Por otro lado, las tensiones actuales entre los concejales y el alcalde Vinueza denotan que nuestros representantes tienen prioridades distorsionadas, ya que, en lugar de enfrascarse en pugilatos estériles, deberían regresar a ver a una ciudad apagada y desatendida. La vialidad en el cantón está gravemente afectada, el turismo no ha despuntado y, para colmo, los males nacionales de la inseguridad y la falta de reactivación económica no exceptúan a nuestra ciudad. El alcalde, en su rol ejecutivo, así como los concejales como fiscalizadores, deben comprender que los problemas en territorio son apremiantes, y que su trabajo debería redireccionarse urgentemente.
Llevamos demasiados años sin un proyecto de ciudad serio, sin una hoja de ruta que transforme el rostro de nuestra amada Riobamba. Mientras en urbes como Ambato o Cuenca se han desarrollado planes exitosos para revolucionar los espacios públicos (y, por ende, mejorar la calidad de vida de los ciudadanos), la Ciudad de las Primicias sigue añorando sus años gloriosos. Es cierto que la gobernabilidad ha significado un desafío para los últimos burgomaestres, en virtud de la dispersión electoral de los recientes procesos, pero aquello no debe sino propulsar a los representantes a alcanzar acuerdos transparentes y programáticos en favor de los ciudadanos. Ante esto, los ciudadanos tampoco hemos sido capaces de presentar iniciativas diferentes, o, como mínimo, de presionar a los políticos para que actúen priorizando nuestros intereses. El reconocimiento de esta abulia social nos invita a despertar nuestro civismo político, pues la decadencia de nuestra Riobamba no puede prolongarse entre tiranteces burocráticas donde todos perdemos.