Por: Andrés Sánchez M
No hay algo que me llene más el alma que el buen fútbol y esto es en gran parte por la selección brasileña que jugaba con magia y poesía. ¿Su esencia? Diversión con el balón y su raíz la calle, playa y favela. Aquí les cuento la historia del día que visité Rio de Janeiro en diciembre del 2023 y fui testigo de cómo se fabrica la magia.
En Rio hay dos grandes escenarios para jugar al fútbol, por un lado, la arena caliente y el sol abrasador que acompaña las olas y la multitud. Por otro, el cemento con granito y dos arcos de madera. No importa cual escojas, en ambos hay show.
En la playa verás una exhibición del domino de la pelota. Jueguitos de pie, control y pase de lado a lado en grupos de 3, 4 o más. Logré contar más de 40 toques de balón sin que caiga al piso. Si me preguntas donde vi arte en Rio de janeiro, te decepcionaré no mencionar un museo o teatro, porque realmente fue en las playas de Copacabana y Botafogo.
En el cemento hay partido y bravo. Canchas para futbol sala de 3 o máximo 5 jugadores por equipo, aunque no es parte del reglamento, todos jugaron sin zapatilla, tampoco medía y las mujeres que se animaron al futbol mixto, nunca antes se sintieron tan incluidas, porque no hay excepción alguna para entrarle fuerte al rival con o sin balón.
Cuando me preguntaron si me animaba a jugar, ya que me quedé varias horas sentado en las gradas, muy cerca de donde ocurría todo y seguramente notaron mi fascinación por lo que estaba observando, me negué. Decía Don Quijote que retirarse de una situación peligrosa no es considerado como un acto de cobardía y yo sentía que mi ego futbolístico podía ser tirado al piso por el jogo bonito. Si bien mi relato pone en evidencia que el semillero del encanto brasileño sigue en funcionamiento, más allá de lo que vemos hoy en la selección mayor, también quiere decir que el futbol es como la vida, cambiante y dinámico, por lo cual, confío que próximas generaciones de Ronaldos y Ronaldinhos están por venir.