Hace 194 años, un 17 de diciembre, murió Simón Bolívar, sin duda alguna, el más grande latinoamericano de la historia, un ser humano superior, signado para la gloria y la inmortalidad. Con mucha razón, otro grande de Latinoamérica, José Enrique Rodó, dijo de Bolívar: “Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la gloria, grande para magnificar la parte impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobrellevar, en el abandono y en la muerte, la trágica expiación de la grandeza”. Y José Martí escribió: “…tres hombres son sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata; Hidalgo de México…Bolívar defendió con fuego el derecho de los hombres a gobernarse por sí mismos, como el derecho de América a ser libre”.
En una de sus últimas proclamas, Bolívar había expresado su profundo dolor porque no había logrado uno de sus sueños, la Patria Grande. “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
El dolor y la amargura ensombrecieron sus últimos días en Santa Marta, sobre todo cuando recibió la infausta y dolorosa noticia del asesinato de Sucre en Berruecos. Agobiado por la tragedia y las luchas por las ambiciones políticas que jamás lograron entender la grandeza de sus ideales en torno a la Patria Grande, bajó al sepulcro el 17 de diciembre de 1830.
“Adelante, adelante que camina la espada de Bolívar por América Latina” es una frase acuñada por el Socialismo del Siglo XXI y que, en el nombre del Genio de la Libertad, ha tratado de posicionar una nueva época progresista en bien de los habitantes de Latinoamérica. Lamentablemente la dura realidad que atraviesan los pueblos liderados por el Socialismo, como Venezuela, Nicaragua, Colombia, Cuba y otros, muestran todo lo contrario.