Por: Iván Menes Aguirre
El alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, y el ministro de Gobierno, José de la Gasca, han protagonizado un bochornoso intercambio donde sobraron los epítetos y la elegancia brilló por su ausencia. Mientras el ministro llamó al burgomaestre “Rataquiles”, este no se cortó y lanzó una sarta de insultos plagada de cacofonías. Este penoso espectáculo se produjo en el contexto de un enfrentamiento entre Aquiles Álvarez y el gobierno de Daniel Noboa que ha traspasado a lo judicial: por un lado, Álvarez ha sido citado a una audiencia por el caso Triple A; por otro, el correísmo ha pedido investigar a la empresa Petronoboa S.A.S. por un presunto perjuicio de esta al Estado. Lo cierto es que, más allá de este circo atizado por la temporada electoral, el país se merece autoridades de otro temple, con mayor respeto hacia los importantes cargos que ostentan.
Tanto Aquiles Álvarez como Daniel Noboa y sus acólitos nos han acostumbrado a la utilización de un lenguaje chabacano a raíz de su particular pugna. Asimismo, las mañas políticas no han sido ajenas a la gresca entre ambos. Por ejemplo, cuando el alcalde tuvo que disculparse por haber llamado “niña vaga” a la asambleísta Lucía Jaramillo de ADN, publicó una misiva en redes sociales donde, si se prestaba atención, se podía leer un acróstico formado por las mayúsculas de cada inicio de oración, cuyo mensaje replicaba lo que Álvarez había dicho sobre Jaramillo. Noboa, raudo y sin tino, pidió al TCE que prestara atención a lo hecho por Álvarez, en una clara muestra de presión a un órgano que debería actuar independientemente. Estos arrebatos infantiles nos quitan esperanza sobre la nueva generación de la política ecuatoriana, pues tanto Álvarez como Noboa, con sus actos, demuestran mayúscula inmadurez en su afán por demostrarse más poderoso que el otro.
No escribo estas líneas porque crea que la clase política de hace algunas décadas fuera mejor a la actual, pues nuestro país siempre ha sido susceptible a encandilarse por liderazgos vulgares, de corte populista. No obstante, mi intención en este artículo es invitar a una reflexión ciudadana: es fundamental que exijamos políticos serios, que no hagan de su accionar un constante sainete. Mientras nuestras autoridades vituperan a sus adversarios políticos, nuestro país sigue en un estado crítico, a las puertas de una elección en torno a la cual, lastimosamente, no se sostienen debates de altura, sino continuos intentos de desprestigio y juego sucio. Debemos exigir más respeto en el ejercicio de la representación popular, dado que, al final, el aprecio de una autoridad por su función es el aprecio por sus representados. Nosotros, los ciudadanos que queremos a nuestro país, nos merecemos algo mucho mejor que un burdo circo.