Reflexiones previas a la Navidad

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email

Por: Xavier Guerrero Pérez

¡Una vez más: llega el mes donde la sociedad vive la Navidad! Sí, estamos ya en el mes que la sociedad ha tildado como el de la Navidad: diciembre. Lo principal: estamos vivas y estamos vivos. Considero que basta aquello para sentirnos agradecidos con el buen Dios por haber sobrevivido a varias tragedias, sean sanitarias (como la pandemia de la COVID-19) así como sociales (como la inseguridad, o la pobreza, por citar dos ejemplos).

Pero, ¿Qué es la Navidad para una buena parte (por no decir la mayor parte) del mundo? Al respecto, puedo identificar tres segmentos humanos: a) quienes conciben a la Navidad como el consumismo, lo escandaloso y lo pomposo, los lujos, los regalos, la vestimenta y accesorios ‘de marca’, y el tan ansiado “pago del décimo tercer sueldo” para el inmediato gasto; b) quienes conciben a la Navidad como una fecha a la cual no quisieran que llegue, o que, si llega, la viven como cualquier otro día del año, debido a que han sufrido en ‘vísperas de’, o están sufriendo, sea directamente (sea por alguna circunstancia de salud, tal como una enfermedad grave; o sea por vivir sin empleo y/o no logran aún conseguirlo; o sea por sufrir actos delictivos) o sea indirectamente porque “su mundo se derrumbó” (existieron problemas familiares, tanto propios (de sangre) como conformados (matrimonio), que llevaron a la separación definitiva, o están en ‘proceso de’); y, c) quienes conciben a la Navidad como una oportunidad para verse favorecidas(os) de personas benefactoras quienes se desprenden de parte de su patrimonio para llevar víveres, alimentos, o algún detalle tal vez material o económico.

Refiriéndome al primer segmento, aseverar que el mismo constituye un acto que resulta ofensivo y hasta doloroso, tanto lo que hacen, así como para lo que se prestan hacer. Lo anterior simbolizado en la socialización de quienes pueden hacerlo dado que cuentan con un empleo fijo con alto salario, y el derroche o la muestra de que “todo está bien” y de que lo que comparten (mediante fotografías o videos) es “el deber ser”. De hecho, hace varios días en un puntual medio de comunicación televisivo, se mostraba un video donde los presentadores del programa de variedades compartían una mesa de alimentos, luciendo vestimenta elegante, y donde el lugar escogido para la grabación (amplio y lujoso) pertenece a un bien inmueble de una ciudadela privada de una zona exclusiva del cantón Samborondón. Pregunto: ¿Se pretende mostrar que la Navidad es esa escena? ¿Es lo que debemos aspirar? ¿Qué sentirán quienes hoy la están pasando mal, al verse impedidas(os) de “vivir” de esa forma la Navidad? ¿Si no se vive en una de las urbanizaciones privadas de alto poder adquisitivo, se está impedida(o) de sonreír y de experimentar la Navidad? El contraste es lo que recientemente un determinado medio de comunicación televisivo mostraba, cuando el conductor de un programa dedicado al ámbito comunitario acudía a La Bahía, en la ciudad de Guayaquil. La mayoría de personas respondieron, al ser consultadas sobre lo que están comprando: ¡Nada! El dinero no alcanza. Lamentablemente es la realidad de muchas personas, hoy en día.

Si me centro en el segundo segmento, y por experiencia propia lo manifiesto: desde lo exclusivamente humano, y si no buscamos sujetarnos del buen Dios, nos hundimos. Solamente la persona que atraviesa dificultades, tanto alguna de las que he citado antes, como otras; solo aquella persona puede sentir y evaluar profundamente la posibilidad de que diciembre pasa a ser un mes complejo de vivirlo: se siente embargada por la tristeza, el llanto y el dolor. Para esa persona, ponerse en pie es un asunto “cuesta arriba”, donde sus fuerzas llegaron al límite, no encuentra motivación, y, sencillamente, su mundo se acabó. En su mente circula toda una película de terror en 3D. Anhela poder tener la posibilidad de retroceder el tiempo y, quizá, no haber actuado de alguna manera, o haberse comportado de otra manera. Peor aún, si se había creído “Dios” y pensaba que no necesitaba de Dios ni de nada ni de nadie. En suma: Sin Dios, ha llegado su ruina. Ahora bien, abordar esos momentos de la vida es sumamente duro. Toda separación es dolorosa. Hay un detalle: si no ha existido soporte psicológico, emocional o espiritual (deseable, en conjunto), todo luce como un huracán que arrasa con todo lo que se encuentra a su paso. No se trata de tender, ni explícita ni implícitamente a tener animadversión por la Navidad, ni mucho menos justificar sentimientos tóxicos o corrosivos como el odio. ¡ De ninguna manera!. Sí se trata de palpar que somos seres humanos frágiles y que hay eventos que requieren de procesos para aprender de ellos y levantarse y volver a empezar.

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email