Por: Duglas Rangel Donoso
Me viene al móvil un vídeo de dos jóvenes mujeres estudiantes de un colegio que se están peleando en las afueras del plantel. Se agarran del pelo, se caen al suelo, se golpean en medio del griterío de la muchachada que los apoya y los incentiva. Me resultó doloroso y vergonzoso. Mujeres peleándose en vía pública, sin ninguna vergüenza ni pudor, por el motivo que sea, sin que les importa la crítica y el llamado de atención. En el fondo de la pelea está sonando la última canción de Shakira que canta:” las mujeres ya no lloran ahora las mujeres facturan”.
Las calles nocturnas de Guayaquil son terribles. Solitarias y llenas de monstruos que fantasean libremente sobre la calzada desierta de los vivos que ahora están dormidos. En una calle de estás mientras corro buscando mi vehículo me encuentro con cuatro mujeres bien vestidas, hermosamente arregladas que se pasean ofreciendo sexo a los fantasmas que no hacen sexo.
No hay clientes porque todos estamos aterrados de los delincuentes de la noche. Las cuatro mujeres se acercan una a otra, se me ofrecen, me rodean, ríen con su risa falsa. Se quedan por ahí y de pronto, como un vampiro buscado a Drácula, se acerca un individuo joven, vestido de Yin y camiseta de Messi. Les grita a las mujeres, les pregunta cuántos clientes han atendido, les reclama que están vagas sin llamar a clientes.
Está molesto y las mujeres llenas de terror, pierden su mirada en su desconcierto y soledad. El hombre es el “propietario” del negocio de ellas. “Ya las vengo a ver” les dice. “las voy a llevar a un chongo” las amenaza. Se va con sus pies de infierno y puñales. Las mujeres se miran, de sus cabezas de medusa salen grilletes y dragonas que lanzan fuego de esclavitud y de absurdos.
Vuelvo a escuchar la canción de Shakira. ¿Puede llegar a cambiar la vida de mujeres marginadas y explotadas por la canción de Shakira? O lo de Shakira sólo es show y escenarios falsos para ganar dinero y popularidad.
Experimenté el horror de la situación. La sociedad en la qué nací y crecí ya no existe. Existe la pobreza y sus raras caras de existencia.