Por: Edgar Frías Borja
Pues, en esta sociedad individualista en la que nos hemos convertido los ecuatorianos, donde la egolatría es la mejor muestra de nuestra aberrante conducta, surge la incógnita del ¿Por qué pensar en los otros? Según estos códigos conductuales, indudablemente lo que debe prevalecer es mi pensamiento y actitud egoísta, egocentrista y privada.
Desgraciadamente hoy, cada uno trata de llevar agua a su molino, sin importar la sed o la necesidad de los demás. Con que mis afanes estén cubiertos, el resto no cuenta, no me importa, peor que me duela o me preocupe.
Tolstoi, uno de los gigantes de la literatura rusa, a quien la mayoría conoce su nombre, pero pocos conocen su extraordinaria historia, la vamos a recrear en las próximas líneas, con la finalidad de ilustrar de una manera más fidedigna la razón por la que lo citamos en este artículo.
Tolstoi a los cincuenta años, cayó en una depresión. Su tristeza aumentaba día a día, sin razón alguna. Tolstoi era conde, uno de los hombres más ricos de su país, famoso en todo el mundo. Sin embargo, era infeliz. El dinero no era nada, el poder no era nada. Se veía a muchos que tenían lo uno y lo otro y eran infelices. Incluso la salud no importaba mucho; había gente enferma llena de ganas de vivir y gente sana que se marchitaba angustiada por el miedo a sufrir.
Un día, vio a un huérfano y conmovido por la compasión, lo llevó a su casa. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió bien. Se olvidó de sí mismo, de sus problemas, de su tristeza. A partir de ese momento, Tolstoi renunció a sus ropas de caballero, a sus lujos y privilegios y comenzó a llevar una vida sencilla, regalando lo que poseía a los necesitados.
Él solía decir: “No me hables de religión, de caridad, de amor, sino muéstrame la religión en tus acciones”. Tolstoi fue también el primer teórico de la no violencia, predicó la fraternidad entre los pueblos y sus ideas inspiraron a otra gran figura del siglo XX, Mahatma Gandhi. Hasta el día de su muerte siguió ayudando a los demás, por eso muchos decían que estaba loco. En un mundo donde sólo cuenta el tener, poseer cosas e incluso personas, donde todos quieren tomar, pero nadie sabe dar; en verdad, Tolstoi parecía un loco.
Un día, un viejo amigo suyo, que, a diferencia de Tolstoi, vivía en la comodidad y el lujo, le dijo: «¿Qué sentido tiene hacer todo esto? ¿Qué te importan los demás? Deberías pensar en ti mismo». A lo que Tolstoi respondió: «Si sientes dolor, estás vivo, pero si sientes el dolor de los demás, eres humano.
¿Cómo en estos tiempos podemos ser seres humanos? Cuando nos hemos enajenado y enloquecido por el amor al dinero, a los oropeles, a la vanidad y al poder. Estas reflexiones de seguro caerán en saco roto, porque más importante es mi gloria, que el dolor, el hambre o el sufrimiento de los demás.
Como soñar no cuesta nada, un grito en el desierto, pueda que no cause estragos, pero si llamará la atención de quienes se sienten identificados con el sufrimiento en el que viven en carne propia, ante el abandono, el hambre, la miseria, el dolor y la ignorancia. Pues, no solo debemos complacernos con estar vivos, sino que también tengamos empatía con quienes nos necesita.