El mundo católico, luego de la fiesta carnavalesca, vive tiempo de Cuaresma que se inició con el tradicional Miércoles de Ceniza que recuerda a los feligreses que del polvo proceden y al polvo retornarán. La Cuaresma es para los católicos, tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación para la gran fiesta de la Pascua; tiempo de perdón y reconciliación fraterna; tiempo para arrojar de los corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen al amor a Dios y a los hermanos; tiempo de cambio para ser mejores.
La práctica de la Cuaresma, tradicionalmente, el mundo católico la ha asociado, a más de la penitencia y renovación, con el ayuno y la abstinencia. En este contexto, ¿acaso no tiene actualidad y fuerza el mensaje papal dirigido alguna vez a sus feligreses en época de cuaresma para que el mundo en su cotidianidad, se llene de paz, confianza, alegría y vida, invitando a ayunar en una dimensión estrictamente humana y espiritual?
Esta palabra papal es válida siempre, no solo para el mundo católico, sino para toda la humanidad: “Ayuna de palabras hirientes y transmite palabras bondadosas. Ayuna de descontentos y llénate de gratitud. Ayuna de enojos y llénate de mansedumbre y de paciencia. Ayuna de pesimismo y llénate de esperanza y optimismo. Ayuna de preocupaciones y llénate de confianza en Dios. Ayuna de quejarte y llénate de las cosas sencillas de la vida. Ayuna de presiones y llénate de oraciones. Ayuna de tristeza y amargura y llénate de alegría del corazón. Ayuna de egoísmo y llénate de compasión por los demás. Ayuna de falta de perdón y llénate de actitudes de reconciliación. Ayuna de palabras y llénate de silencio y de escuchar a los otros. Si todos intentamos este ayuno, lo cotidiano se llenará de paz, confianza, alegría y vida.”
Sabias y de plena actualidad las palabras del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en estos momentos en que el mundo vive un escenario apocalíptico de guerra y destrucción en Ucrania y Gasa y en que la sociedad planetaria está a punto de sucumbir en el maremágnum de antivalores. Que la voz de la Iglesia y su mensaje reemplacen las voces políticas de las facciones en pugna que, desde sus intereses, se llenan de demagogia para alcanzar el poder político.