Artículo de opinión: Wellington Toapanta
Múltiples caretas cayeron tras las elecciones presidenciales venezolanas: el Gobierno mostró sus falaces rostros ‘democráticos’, al aciago Socialismo del Siglo XXI y sus reglas verticales que le sostienen manipulando elementales preceptos electorales para extender su usufructuado poder político.
De 33 países de América, solo 17 son firmes en cuestionar el escrutinio y la súbita y abyecta investidura del ‘reelegido’: Argentina, Canadá, Chile, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Estados Unidos de América, Guatemala, Guyana, Haití, Jamaica, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Surinam y Uruguay; los otros se mantienen entrampados en el transnacional ‘Socialismo del Siglo XXI’, exento de principios y de doctrina socialista.
En 25 años, a esta corriente, huérfana de ideología, que zigzaguea al filo de la legalidad, se la recuerda en diversos Estados americanos como represiva a la inversión, a la producción y a la generación de empleo, como inductora de expansión burocrática, deshonestidad, ilegalidad, libertinaje fiscal, onerosa y desmedida deuda externa e institucionalización de la pobreza. Pese a ello, enmascarada de izquierda, con cinismo, continúa su brega por restablecerse en la administración con discursos populistas.
De ello, Ecuador padeció 10 años, inesperadamente interrumpidos en 2017, aunque todavía no se extirpan sus nefandas estructuras cimentadas, por lo que asombra que los gobiernos sucesores, con paradójicos discursos de repudio, le han reposicionado y reposicionan en estratégicas funciones públicas. No se leen las huellas dejadas, que se padecen en detrimento del bienestar nacional, menos aún la probabilidad de que el Socialismo del Siglo XXI sería una transnacional disociadora, presunto brazo operativo continental del reordenamiento internacional que promueve Asia.
La invasión rusa a Ucrania, la agresión de Hamás a Israel, las coaliciones y mutuos apoyos militares estratégicos entre Moscú, Pionyang, Pekín y Teherán, y sus frecuentes ejercicios militares grupales irían en esa dirección, afectando convivencias pacíficas, más si dinamizan incrementos de reservas de productos primarios. Si en Ecuador las organizaciones políticas sinceramente profesan preceptos democráticos, no dudarían en coaligarse para cimentar una equilibrada convivencia extirpando todo indicio nefasto del Socialismo del Siglo XXI e, irreversiblemente, impulsar senderos de bienestar, con voluntad y decisión patriótica.