Artículo de Opinión Por: Sofía Cordero
Sabemos que hemos fallado como sociedad cuando no somos capaces de proteger a nuestros niños. Su vida cotidiana está llena de peligros, la familia, la escuela, no son espacios que garanticen su bienestar. Las cifras de desnutrición crónica, abuso sexual y embarazo en niñas y adolescentes, y el reclutamiento de pequeños por parte de bandas criminales, son parte del paisaje que miramos impávidos. Las iniciativas del sector privado no son apuntaladas por un Estado ciego, incapaz de generar sinergias por el bien de todos.
En la Sierra y la Amazonía 1,7 millones de niños vuelven a clases. Se encuentran con aulas destruidas. “La escuela no está lista para dar la bienvenida a los estudiantes y no hace falta explicarlo”, son las palabras de un maestro de la escuela unidocente Fernando Daquilema en Zumbahua, Cotopaxi. Él y los padres de familia hacen lo que pueden para limpiar excrementos de murciélagos, acomodar conexiones eléctricas improvisadas, limpiar los pupitres oxidados. No saben qué hacer con los baños, no tienen puertas, los escusados están rotos, parecen armas cortopunzantes, tampoco hay agua. En el patio hay un montón de fierros que alguna vez fueron juegos. Cuando llegue la lluvia deberán usar la imaginación para tapar los huecos del techo y todos se mojarán en el trayecto, en caminos anegados.
Pero el Gobierno está enfocado en el nuevo Ecuador, y ahí, el Presidente inaugura el año escolar en una escuela de ensueño, con niños felices. Están orgullosos porque la materia de cívica y ética vuelve a la malla curricular, y porque los niños aprenderán también sobre desarrollo sostenible, temas viales y financieros. La materia de cívica pondrá énfasis en identidad nacional, integridad ciudadana y respeto a los símbolos patrios. Están encantados porque una nueva canción sobre valores se cantará obligatoriamente una y otra vez, y será un bálsamo para todo lo descrito por el maestro de Zumbahua.