Un deseo de cumpleaños.

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Por: Orlando Herrera Moreno

“Hoy es martes, un día que, como vecino cercano se pega cada vez más, a un carnaval opacado por la noche que marca el inicio de su fiesta. Me he quedado solo toda la tarde en mi habitación, esperando que la migraña heredada de mi padre, se disipe entre las baladas musicales enquistadas en las tripas de mi radio a pilas que, reposando sobre mi cama y de bandas abiertas, se parece a Malena –una mona guayaquileña– cada vez que se arrimaba a mis poros; violentando mis días ásperos y rocosos con sus besos y con el roce de sus pieles, al tiempo que me mentía diciendo que me amaba. Disfrutaba perderme en esos días, entre los senderos creados en tardes luego del trabajo y en su oficina; a veces también en su fino departamento citadino cuando sus papás ya no estaban de visita; tardes que, con ella mancillamos por eternas horas su habitación con gemidos y posiciones de contorsionistas en medio del escenario circense, donde a dúo, y al mismo tiempo, fuimos actores y espectadores de nuestro incontenible y singular teatro de costa y sierra.

Era casi mediados de febrero, y sentado en la banca exterior de mi casa de estreno, el nuevo año recién llegado, empezaba a perderse en el tiempo, descubriéndome que pasaría tan rápido como cuando teniendo apenas doce, sin darme cuenta, amanecí una mañana calcinado de años, haciéndome ver mayor de edad, luego padre, y luego político y hasta escritor –como si serlo, dependiera de la edad y no del talento–; pasatiempo último que me garantizó a la postre, una actividad con la que logré subsistir y sobrevivir los últimos dos años de estudios, antes de licenciarme de abogado, y de ser testigo de pactos inimaginables entre actores sociales…”

Este es un párrafo de la primera página de un nuevo libro que, lo escribo todavía, y que relata desde adentro, los últimos eventos que han convertido a nuestro país en el centro de los arribismos, de la trampa, de los amotinamientos carcelarios; pero también de la esperanza, de la ilusión y de los deseos de trabajar para convertir al Ecuador en un paraíso de paz y desarrollo. Es que luego de darme cuenta al igual que ustedes de que, ya no habrá cambios en los resultados electorales, y tampoco sabremos de más reclamos por dudas en el conteo de votos, o por un acostumbrado fraude informático que hoy beneficia al NO; solo atino aceptar la obligación de reconocer a los elegidos, y a unirme a sus intenciones para que los ofrecimientos de campaña se cumplan.

Aún medito en los motivos –más allá de la racionalidad– que han inclinado la balanza hacia los movimientos de izquierda, los que han logrado –debo reconocer– una marcada presencia en varias provincias del país. Recuerdo lo vivido en la década liderada por el prófugo del ático, y en nuestro intento desesperado por comenzar una época de libertad con la elección de un presidente que, más allá de inmunizar a la población contra la pandemia del siglo, no ha encontrado el norte para encausarnos a ese buen vivir determinado en la Constitución.

Sentado en esa banca de mi casa, miro al cielo y pido que los nuevos gobernantes tengan la sabiduría para entender que la política es el acto de servir a los demás, y no de servirse de ellos. Leo las últimas noticias publicadas en varios de los diarios del país, y descubro que todos, o casi todos, coinciden en la necesidad urgente de una reconciliación social como la herramienta para sanar viejas heridas, o como medicina al mayor mal que nos ha conducido a la crisis: el egoísmo. Cierro los ojos, y al abrirlos, el azul intenso del cielo me ilumina y me dice que confíe, que aún hay esperanza; que los elegidos sin importar su pertenencia partidista van a trabajar; que tendremos el valor para juntarnos y recordar que somos un solo pueblo, y un solo país; que nuestros hijos (as) heredarán bienestar, educación y seguridad alejadas de las drogas, de la delincuencia, y de una corrupción al más alto nivel que ha mutilado la democracia; que seremos en poco tiempo el ejemplo a seguir, y que sí podemos. Cierro los ojos otra vez, y veo un futuro ausente de tonos verdes, y lo veo porque, al igual que esos son los deseos de muchos, justo hoy que es día de mi cumpleaños, a más de terminar pronto mi libro; son mis deseos también.

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