José Ayala Lasso
(El Comercio)
El diálogo telefónico recientemente revelado, entre el Contralor prófugo de la justicia y el Presidente de la Asamblea, ha producido una reacción de horror en la ciudadanía. Durante el gobierno de Correa, sus abusos y arbitrariedades fueron disimulados mediante una estructura de poder vertical y una propaganda que presentaba obras para demostrar dinamismo y eficiencia. “El Ecuador ya ha cambiado”, se decía como corolario de esa propaganda…
En este ambiente contaminado, el afrentoso diálogo entre Pólit y Serrano ha estremecido al país. Oír el sospechoso lenguaje que usan para concertar la caída del fiscal, cuya falta de seriedad para “cumplir lo pactado” critican, es moralmente doloroso; preguntar “a quién se debe ahora” es escandaloso; insinuar su influencia perniciosa en el poder electoral suscita ira, amargura, vergüenza. La corrupción que campeaba durante el régimen anterior parece haber sobrepasado, de lejos, todo precedente en la historia ecuatoriana. El país tiene razones para desconfiar de la política, de sus líderes, de sus instituciones…
Y en el centro de todo este panorama de corrupción se levanta la figura de quien, cuando presidente, controlaba hasta el más mínimo de los detalles de sus proyectos y, como ex presidente, aduce no haber sabido nada sobre lo que ocurrió bajo sus narices. La más estricta justicia debe empezar de inmediato, no solo con culpables secundarios sino con todos los actores de este drama que a los ecuatorianos nos produce vergüenza y repulsión.
El Consejo Provisional de Participación Ciudadana se presenta como el último asidero para recuperar la salud de la nación. Su responsabilidad es enorme, como lo es también la del presidente Moreno quien debe aplicar hoy, la ofrecida cirugía mayor, con firmeza y sin “ternura”.