Por: Lisandro Prieto Femenía
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre la resiliencia, entendida como la capacidad de sobreponernos a las adversidades. Este poder ha sido objeto de la reflexión filosófica desde la antigüedad, ya que el ser humano siempre ha estado marcado por el sufrimiento, el dolor y las dificultades recurrentes. Desde los primeros pensadores hasta las corrientes contemporáneas, la resiliencia ha sido vista como una virtud fundamental para enfrentar las inevitables pruebas que nos presenta la vida. Traemos este análisis a la mesa porque, aunque nuestra historia siempre estuvo llena de retos, hoy vivimos en una era donde la violencia mediática y digital parece recrudecer las dificultades.
Una de las primeras aproximaciones a la resiliencia desde la filosofía se encuentra en el estoicismo y, particularmente, Epicteto, para quien la clave de sobreponerse a las dificultades radica en la capacidad que tenemos de controlar nuestras propias reacciones frente a eventos externos. Esa enseñanza implica que la resiliencia no se basa en cambiar las circunstancias que puedan resultarnos penosas, sino en cambiar la manera en que nos relacionamos con ellas.
“No son las cosas las que nos perturban, sino la opinión que tenemos de ellas” (Epicteto, “Enchiridion”, 5).
Un claro ejemplo, clásico, de la resiliencia según los estoicos, podría ser el caso de una persona que enfrenta la pérdida de un empleo: desde la perspectiva externa, perder el trabajo puede ser una experiencia desesperante y dolorosa, que genera ansiedad y preocupación por el futuro. Sin embargo, desde este enfoque, la persona resiliente no se enfoca en el hecho de haber perdido el trabajo (algo que está fuera de su control), sino en cómo decide reaccionar ante esta situación.
Siguiendo los pasos de Epicteto, la persona puede optar por ver esta pérdida como una oportunidad para replantear su vida, buscar nuevas posibilidades o desarrollar habilidades que antes no había considerado. En lugar de hundirse en la depresión, la frustración o la desesperación, la persona resistiría el embate adaptándose, encontrando fuerza interior y decidiendo que esta experiencia circunstancial no lo definirá, sino que será un impulso hacia una nueva etapa. Este cambio en la perspectiva es lo que define la resiliencia: la capacidad de enfrentar una adversidad sin ser destruido por ella, sino encontrando un sentido que permita sobrellevarla y eventualmente superarla.
“La mente adapta y convierte cualquier obstáculo en una oportunidad” (Marco Aurelio, “Meditaciones”, 5.20).
Por su parte, Marco Aurelio en sus “Meditaciones” instaba a la fortaleza interna frente a las adversidades, destacando el poder que tiene nuestra mente para revertir un inconveniente en posibles soluciones. En ambos casos, la resiliencia es concebida como una fuerza interna que nos permite transformar el dolor en crecimiento y sabiduría.
También Friedrich Nietzsche tiene algo para decirnos al respecto, puesto que ofrece una visión de la resiliencia que se vincula con su concepto de “voluntad de poder”. Para el filósofo más bigotón de la historia, la vida está llena de sufrimiento y caos, pero es precisamente a través de la afirmación del dolor y la adversidad que el individuo puede superarse así mismo.
Desde esta perspectiva, la resiliencia es un acto de autoafirmación frente al sufrimiento, es decir, una capacidad para transformar la adversidad en una fuente de fortaleza, porque Nietzsche no ve el sufrimiento como algo que tenemos que evitar a toda costa, sino como una condición inevitable de nuestra existencia. Evidentemente aquí, la resiliencia es un poder de resistencia fundamental para enfrentar el caos de la vida y para trascender nuestras limitaciones: en este contexto, lo que allí se conoce como “voluntad de poder” se convierte en la expresión máxima de resiliencia como superación activa de las dificultades.