Por: Luis Boloña
Tenemos control para tomar decisiones acerca de la primera vez que queremos que algo suceda: día, hora, lugar, manera, objetivo. Pero es poco o nada lo que podemos hacer frente a las últimas veces que algo ocurre.
Las últimas veces son egoístas y silenciosas. No dan cabida a planificación.
Llegan sin alertar con la prisa de quien va tarde al encuentro con la nada y no permiten un adiós.
Inoportunas, ocurren sin haber dado aviso para disfrutar de las últimas veces de la última vez.
Esa última vez jamás se sabe última.
El último abrazo nunca está con los brazos abiertos.
La última mirada jamás tendrá suficiente memoria.
Las últimas palabras se perderán entre el ruido.
La última caricia se disolverá en la piel erizada.
La última despedida nunca está lista para partir.
El último beso no sabe guardar el sabor de esa boca porque nunca imaginó que llegaba a esos labios a morir.
El último latir de esa vida formada por dos vidas tampoco conoce cuándo dejará de existir.
¿Por qué no hay una señal de alerta de las últimas veces?
“Precaución: esta es la última vez que estará en tus brazos”
“Alerta: disfruta el tono de su voz que mañana se apagará”
“Cuida tu corazón, está cansado de latir”
¿Dónde van esas veces que ya no vuelven, pero que quisimos que existieran para siempre?
¿Qué se hace con el vacío que deja la última vez?
Hoy podría ser la última vez, mi última vez. Pero no lo sé.