Hoy, 28 de diciembre, se recuerda un episodio de la Biblia ocurrido hace más de dos mil años, episodio que sobrecoge el espíritu y enerva la razón. Es el relato bíblico sobre la matanza de los niños menores de dos años, nacidos en Belén, ordenada por el Rey Herodes I para estar seguro que fuera eliminado el futuro rey de Israel, el anunciado Mesías. El tirano, frente a la pasión por el poder no tiene límites; no es un ser humano, es un monstruo dispuesto a hacer lo inimaginable para mantenerse en el trono. Y por supuesto, como en este caso, el asesinato de niños inocentes, con el asesoramiento y el aplauso de sus áulicos, que le hicieron creer que era grande, poderoso, único, insustituible, y por eso, le aplicaron el mote de El Grande.
La historia de la humanidad está llena de ejemplos de ambición del poder en todas sus formas y manifestaciones. Los gobernantes de turno sueñan con perpetuarse en el mando y fácilmente caen en afanes concentradores de poder, haciendo tabla rasa de la democracia y sus estructuras, para desembocar en regímenes autoritarios, arbitrarios, despóticos, absolutos, haciendo abstracción de los poderes constituyente, legislativo, judicial. Dejan de ser poder ejecutivo, el que al no respetar y hacer respetar las leyes, se transmuta en un poder fáctico que lo ejerce al margen de las instituciones legales en virtud de la autoridad que poseen, conferida por el pueblo. Esta ha sido una de las peculiaridades de los gobernantes “revolucionarios” del siglo XXI en América Latina. Y algunos de ellos siguen desgobernando en medio de la opresión a sus pueblos.
Por otra parte, el acontecimiento del 28 de diciembre de hace más de dos mil años, recordado por los católicos, ha dado lugar al nacimiento de una tradición. Son las bromas que se gastan por estos días, denominadas las “inocentadas” que, si vienen desde el humor, la originalidad, la creatividad y el buen gusto, en un marco de respeto, son festejadas entre familiares, amigos, vecinos. Tradición que también va desapareciendo con la modernidad.