El miedo a la vida

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Artículo de opinión I Duglas Rangel Donoso

El temor. ¿A qué temer? ¿Cuál es nuestro temor?

“Temo más a la vida por su misterio y su pasar y pasar de los días”, me dijo un día el perfume. “Temó más al olvido”, me respondió el momento. “Temo más a la violencia”, me dijo un día la mirada.

“Temo más a dejar de latir”, contestó el corazón. “Temó más al mar y sus profundidades”, me lo señaló Noé antes de desembarcar de un puerto inseguro. “Temo estar vivo y no saber qué es estar vivo”, me dijo la oruga antes de desaparecer convertida en mariposa.

“Temo no ver”, me dijo el sordo y temo no hablar me indico el ciego. “Temo a la pared” reconocieron las manos. “Temo al calor” me dijo el hielo de las montañas. “Temo crecer”, me lo gritó el mosquito. “Temo que comprendan” se escuchó desde lo alto.

El Sí le teme al No y el no ante la duda, la duda ante el entendimiento y el entendimiento a la sorpresa, me dijo el ángel de la guardia.

La tierra teme no llegar a ser Sol, las montañas temen al picapedrero que tiene el poder de martirizarlas, la vía láctea teme amanecer convertida en agujero negro, los campos verdes le temen a la hoguera y la hoguera le teme a la tierra que teme no ser sol.

Temo el día en que la gran ausencia regrese y yo no esté. Teme la sal el momento en que todo se vea dulce y teme el dulce el soplo que aparece y se lleva todo.

Temo quedarme, irme, no irme, no estar aquí, ni allí; temor a que digas “nunca más” o simplemente temo a despertar y no recibir tu bálsamo de grosellas frescas en jengibre cuando nace la mañana.

Temo quedarme a oscuras, vivir e irme sin apagar la luz. Temo morir y que no haya para pagar el anuncio en el periódico. Temo que el mundo siga andando y ya nada sea mío. Temo al sitio que otro ocupa, temo al otro cuando habla de paz y no haya papel higiénico. Temo al camino del bien, temo al sendero que lleva a algún lado, temo a todos los lados del cuadrado y no temo si te sientas a mi lado y me hablas de lo lindo que te comes el sancocho.

Temo que la camisa me este apretada. Que no haya esquinas donde esperar el paso del tren de medianoche. Temo que no acudas al encuentro, que al teclado del computador le falte las letras del silencio, que no saltes a mi encuentro cuando llego pasadas las cincuenta y nueve.

Te oigo decir que temes al fracaso, a no llegar, a no partir; temes a nunca echarte desnudo al sol en el parque de las viejitas. Llegar a viejo y no poder hacer caca. Temo caer y no poder salir de la prisión. Temo que te vayas y no me lleves porque sin ti ya todo está perdido.

No le temo a Dios, lo único a quien no temo.

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