El presidente ingenuo

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OPINIÓN II Daniel Márquez

Cuando alguien se jacta de su ignorancia y de su testarudez como si fuesen virtudes, ya no tiene sentido seguir desperdiciando tiempo y saliva intentando hacerle entrar en razón. Escuchar la última entrevista del presidente Guillermo Lasso con la prensa internacional basta para darnos cuenta de que el Estado ecuatoriano es nuevamente un Titanic la misma alegoría que solía emplear el expresidente Jamil Mahuad en la época previa a su derrocamiento, pero que ahora el capitán mantendrá el curso y acelerará a toda máquina porque está seguro de que él sí a diferencia de todos los que lo precedieron romperá y atravesará ese témpano que ya avizora ante sí.

El mandatario preside un Gobierno que hace pocos días tuvo que firmar, sumido en la impotencia, una deshonrosa acta de capitulación. Pese a ello, no tiene empacho en, nervioso, sentenciar: “prefiero estar solo que mal acompañado (…) probablemente yo soy un ingenuo, pero represento la ingenuidad de todos los ciudadanos ecuatorianos, el ciudadano común de a pie alejado de estos acuerdos políticos tras bastidores…”.

Para el Presidente y su equipo de devotos el Estado ecuatoriano es una máquina neutral, carente de voluntad propia, que se puede operar con “ingenuidad” y a la que cualquier operador neófito se puede acercar si tiene curiosidad, buenas intenciones, ganas de aprender y algo de ese conocimiento adquirido en cursitos en línea y series de ficción política. No entiende que un Estado moderno es, al contrario, un gigantesco rebaño de criaturas omnívoras entre las que se cuentan desde las más dóciles hasta las más despiadadamente voraces y sádicas que, si no se conduce con destreza y sagacidad, se sale de control y devora todo a su paso, especialmente a los inocentes y a los novatos que por jugar a la política cometieron el error de acercársele demasiado.

Mucho dice el que, en la trinchera opuesta y tras llevar a cabo los cálculos pertinentes, el líder guayaquileño Jaime Nebot, uno de los pocos hombres que entiende en toda su complejidad y profundidad el lamentable funcionamiento del poder y del Estado en nuestro medio, haya concluido en que es mejor demoler antes el Titanic e intentar sobrevivir flotando en sus escombros, que enfrentar el impacto.

Fuente: Diario La Hora

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