La culpa es de la vaca

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“La culpa es de la vaca” fue un libro de éxito editorial en su momento. El título sugiere la forma como las personas actúan, pues si no se encuentra un culpable de los percances, los contratiempos, las desgracias, las contrariedades e infortunios que nos suceden, son capaces de responsabilizar a un pobre animal indefenso,  con tal de no asumir sus propios errores.

Nuestra sociedad tiene la tendencia a echar la culpa a los demás, de quejarse de todo y por todo. Y posiblemente esta actitud prevalece en la clase dirigencial y con más fuerza en los sectores políticos que siempre quieren tener la razón y para quienes solo sus puntos de vista son válidos. Ni remotamente son capaces de unirse y son difíciles y a veces imposibles a la hora de lograr consensos en bien del país. Y para colmo son envidiosos del triunfo de sus rivales y hacen todo lo posible para boicotear planteamiento y propuestas que pueden ser exitosas para la nación. De ahí que, sin duda alguna, podríamos afirmar que esas élites políticas, empresariales, indígenas, laborales, y aun intelectuales y académicas, son responsables de la situación actual que se encuentra el país.

Esto de echar la culpa al otro o hacerlo mutuamente se ha convertido en un juego macabro sobre todo en estos aciagos días en que la población, sobre todo en Guayaquil, sucumbe por miles ante la pandemia del coronavirus. Los unos dicen que la crisis sanitaria actual obedece a la indisciplina, a la inconciencia y a la falta de colaboración de la gente que sale masivamente sin protección a las calles, que irrespetan el toque de queda, que beben en las aceras, que conducen sus autos cuando no les corresponde, que no guardan el distanciamiento social, que irrespetan a los policías que les piden que respeten las normas, etc.

Los otros, entre ellos 3,600 millones del comercio informal, víctimas sociales de un Estado ineficiente, que viven el día a día, que si no trabaja, no come y por lo mismo, no están dispuestos a acatar la imposición de la cuarentena porque es cuestión de vida o muerte. Uno de ellos en forma dramática, a voz en cuello gritaba: “Tengo diez hijos que mantener”.

Echar la culpa a los demás, decir que la culpa es de la vaca, no será precisamente lo más conveniente en estos días tan difíciles para los ecuatorianos y todos los habitantes del planeta.

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