Al estrenarse el actual gobierno se impuso en el imaginario de la mente de los ecuatorianos la palabra “gobernabilidad”, para justificar los pactos y acuerdos políticos con organizaciones y representantes que no eran de la misma línea de la administración. Esa medida, en regímenes anteriores, siempre se ha llamado “reparto”. Así es, solo fue una construcción semántica más rimbombante y consonante.
Lo que en medio de la euforia no nos habíamos dado cuenta es que permitimos que se alienten, una vez más, las clásicas prácticas mañosas, desleales e inconsecuentes que han sufrido la democracia y los ecuatorianos.
Ser asambleísta independiente o de bancada menor en la Asamblea Nacional ha sido uno de los negocios sin patente más rentables en la historia política nacional. Sin saber ni qué decir ni cómo votar, muchos legisladores –en los primeros días de parlamento– pasan más ocupados esperando qué les toca y a cómo les toca, en lugar de preocuparse por aprender lo prioritario, como por ejemplo lo que determina el artículo 127 de la Constitución ecuatoriana, en el que constan las prohibiciones de un legislador, entre ellas gestionar cargos en el sector público.
La gobernabilidad los arrastra al ostracismo. Los conduce de la mano y del bolsillo a, posiblemente, acciones mayores como una destitución y el inicio de procesos judiciales por el cometimiento de delitos.
Bella Jiménez, con seguridad, será el primer caso de depuración en la Asamblea. Con ello, y en combo, lo que tampoco debería pasar por alto es quién le otorgó esa posibilidad de creerse “dueña del circo”, porque el corruptor también es parte del juego. El Gobierno Nacional también nos debe algunas respuestas.
