12.2 C
Riobamba, EC
jueves, marzo 27, 2025

Narcisismo endémico

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email

Por: Carlos Freile

En una conversación informal un joven afirmaba que no votaría por ninguno de los candidatos finalistas para presidente de la república; preguntado el por qué, respondió: “Ninguno me representa”. Esta sencilla frase, en apariencia inocua, no solo refleja una realidad constante en toda democracia secuestrada por los partidos políticos: la imposibilidad de que cada ciudadano pueda escoger un candidato que lo represente de manera total y perfecta; para ello sería necesario que hubiese tantos candidatos cuantos votantes, llevando el caso al absurdo. Sin embargo, “se esconde la serpiente en la hierba”, como decían los romanos; estas palabras, que suscribirían miles de habitantes del planeta, no solo ecuatorianos, esconde una grave falencia de la cual adolecen multitudes inmensas: el narcisismo.

A lo largo del tiempo, la sociedad ha formado a las nuevas generaciones, poco a poco pero inexorablemente, en una visión del mundo que se centra exclusivamente en la propia persona, en sus intereses y sus gustos, alejándolas con astucia y perseverancia de razonamientos elementales y, lo cual es más grave en política, de una perspectiva solidaria con sus congéneres. De esta manera el viejo concepto del “bien común” ha quedado desfasado, se ha vuelto anacrónico.

Es notorio que el candidato ideal existe solo en los círculos más cerrados en sus fanatismos irracionales; anhelar encontrarlo en la realidad no pasa de deseos irreales, casi demenciales por su contenido utópico. Los narcisistas no tienen los pies en el suelo, viven con la cabeza en las nubes de sus propias emociones y deseos, se han vuelto incapaces de ver más allá de su ombligo y percatarse de las falencias que destruyen poco a poco a la comunidad de cuya pertenencia se apartan.

Del narcisismo egoísta es fácil dar el paso a la complicidad activa y pasiva con los delincuentes: si roban, bien para ellos, con tal que dejen migajas para el ciudadano centrado en sí mismo. En consecuencia, no existe concepto de comunidad de ningún tipo: se considera enfermizo o retrógrado preocuparse del progreso de todos, pues cada uno debe mirar por sí mismo y punto. Ha triunfado el corrosivo criterio egocéntrico defendido por Bertrand Russel hace más de cincuenta años: “Las personas con una mente superior son indiferentes al sufrimiento, especialmente al de los demás”.

El narcisista integral ignora que es posible reflexionar sobre “el mal menor” (complejo problema ético) y obrar de acuerdo con las conclusiones logradas con honradez intelectual; para él solo existe un “mal mayor”: todo aquello que no redunda en su beneficio y se acabó. En su ceguera ha cambiado el refrán, ahora exclama: “Ande yo caliente y muérase la gente”.

Facebook
Twitter
WhatsApp
Email