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viernes, diciembre 6, 2024

Otra inconsistencia progre

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Por: Pablo Granja

En la mayoría de los países latinoamericanos, tanto la edad para votar como para contraer matrimonio se ha establecido en los 18 años. La condición para emanciparse supone que los jóvenes han obtenido la madurez necesaria para enfrentar a las intensas y a veces peligrosas alternativas que ofrece el mundo. En adelante, deberán decidir el futuro que quieren construir para sí, porque atrás empiezan a quedar las imposiciones y reglas de las autoridades familiares y colegiales. Vendrán otras, sin duda, pero en ese momento no se las vislumbra.

Los estímulos recibidos en la infancia, los ejemplos observados en el hogar, los principios permanentemente incentivados, los conocimientos entregados progresivamente, son parte de un proceso que no admite saltar etapas ni imponer distorsiones en la formación de la personalidad. Sin embargo, hay factores que alteran la salud mental y emocional de niños y adolescentes, como el matrimonio precoz que por su inmadurez y la eventual violencia intrafamiliar, los aíslan de sus amistades, limitan la posibilidad de estudiar y de formarse profesionalmente.

Otros peligros que los acechan son la tenebrosa insistencia con que actúan los movimientos LGBTI+, que parapetados en el argumento del respeto a la diversidad de género e identidad sexual, se esconden siniestras y perversas agendas para inducir al cambio de sexo, a las mutilaciones, a la utilización de inhibidores hormonales. Lo que debería ser formación en valores como el respeto y la tolerancia los convierten en talleres de adoctrinamiento, en edades cuyo desarrollo hormonal aún no se ha activado.

Hay contradicciones al momento de atribuir deberes y responsabilidades a los adolescentes y jóvenes: por un lado no se les permite votar en elecciones libres; pero pueden casarse, decidir sobre su identidad de género y hasta decidir la mutilación de sus dotaciones. Pero si llegan a cometer delitos atroces como sicariato o piromanía no pueden ser juzgados como adultos ni ser encerrados en cárceles comunes. ¿Acaso un delito cometido por un joven ocasiona menos daño que el mismo delito cometido por un adulto? ¿Quiénes impulsan estas atrocidades? ¿Cuál es el interés de distorsionar los valores tradicionales de una sociedad?

Hay teorías que dicen que ante la evidencia de que el comunismo a nivel mundial no ha resuelto los problemas de nadie, la izquierda está cambiando: embodega las oxidadas hoz y el martillo, y teje vistosas banderas, para seguir apareciendo como el adalid de la defensa de supuestas vulneraciones de derechos de grupos marginales e indefensos. ¡Otra inconsistencia progre!

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