El 31 de enero, Quito vivió una tarde y noche de terror. Un aluvión que bajó de la montaña arrastró con todo a su paso, concentrando los destrozos en los sectores conocidos como La Gasca y La Comuna.
Hasta ayer eran 22 fallecidos, alrededor de 16 desaparecidos, más de 40 heridos y enormes pérdidas materiales y económicas. Al norte de la capital de los ecuatorianos todo es dolor y tragedia.
Pero lo que se pretende hacer ver como ‘desastre natural’ sí tiene culpables. Para empezar, porque no hay desastre natural, sino mala gestión de los riesgos y acción humana irresponsable que genera vulnerabilidades y exposición a nuevas amenazas. Y luego, porque el crecimiento urbano desordenado tiene absoluta complicidad de las autoridades, que se supone serían las encargadas de poner orden y control. Así el Municipio pretenda decir lo contrario.
Hasta parece que se han normalizado la muerte y el sufrimiento de las personas. Son 22 víctimas fatales y Ecuador no se sensibiliza sobre la importancia de trabajar en prevención y otras acciones correctivas.
Sin admirarse demasiado, la situación lamentable de La Gasca y La Comuna, en Quito, nos acerca mucho a Riobamba, Guano o Latacunga. En esos cantones, y muchos otros más, las quebradas están secuestradas. El ordenamiento territorial es desastroso y lo que menos hay es interés por cambiar esa realidad. El escudo es decir que son problemas heredados, pero nadie quiere cambiar la cara de esa nefasta herencia.